La economía de Start/Stop como solución definitiva para salvar la crisis del Coronavirus: Dinamarca ya la aplica

La economía de Start/Stop como solución definitiva para salvar la crisis del Coronavirus: Dinamarca ya la aplica
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Tras la llegada de la pandemia prácticamente a la totalidad del mundo, aparte del virus biológico, se ha extendido también el virus económico y el social de los que ya les hablábamos hace unas semanas. Y como medio color salmón es al virus económico al que más debemos contribuir a atacar. Y no sólo podemos decir que humildemente ideas y propuestas desde aquí no faltan, sino que además ésta ha sido otra de esas ocasiones en las que una propuesta que desde aquí hicimos cuando todavía no estaba en otros medios, ha acabado viendo la luz, y esperemos que en un futuro se demuestre de éxito.

Eso si es que el éxito es posible en esta cruenta guerra que, por cierto, ya ha entrado en su siguiente fase para sembrar el caos más despiadado en nuestras socioeconomías: nuestros hospitales están siendo atacados informáticamente en este momento tan extremadamente crítico. Y eso después de que Trump intentase arrebatar a Europa la incipiente vacuna alemana contra el COVID-19, exigiendo una innecesaria exclusividad que evitase su comercialización en suelo europeo. El objetivo siempre fue destruirnos.

Una de las medidas que proponíamos la semana pasada, por la que no bastaba con el bazooka económico del gobierno, era precisamente que el gran reto de la crisis de Coronavirus era conseguir hacer que la economía funcionase como un motor de “Start/Stop”. No íbamos nada desencaminados en aquel momento, y de hecho ahora ya hay países como Dinamarca que han apostado decididamente por esta solución que, de haber una, es la única con verdadera probabilidad de éxito socioeconómico. ¿Escucharán ahora nuestros políticos una vez que este avanzado país nórdico ha decidido lanzarse a por ello?

La propuesta de la economía “Start/Stop” se demuestra como (muy) acertada, al menos por el momento

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Tras la sonora reprimenda al gobierno por su flagrante reacción económica inicial tan deplorable, pues efectivamente fue desde estas líneas desde donde más tarde se hizo esa propuesta, que entendíamos de futuro, que es el concepto de economía “Start/Stop”. En el momento de enunciar aquella idea, ya lo hicimos también en los términos de conseguir ser capaces legislativamente de sacar medidas económicas de excepción que facilitasen parar sectores enteros de la economía.

Y no sólo lo hicimos por los beneficios obvios que supone sanitariamente para detener la letal y vertiginosa propagación el COVD-19; un punto a destacar muy especialmente: deberían ver las imágenes de la estación de cercanías de Atocha durante la semana pasada y ya con el estado de alarma declarado. No es que la afluencia fuese ni de lejos la de un día normal, pero en los trenes y en los andenes había mucha gente, es decir, muchos nuevos posibles portadores o huéspedes en los que infiltrarse y a los que inocular su letal carga genética, para que sean las células humanas al replicarse las que hagan las veces reproductoras y propaguen el virus. Y tengan en cuenta que hay no pocos expertos clamando desesperadamente al gobierno español para que cierre totalmente el país, a excepción de los servicios esenciales, a fin de evitar un desastre todavía peor en términos pandémicos.

La intención de aquella idea primigenia de la economía Start/Stop, y sin haber hecho un análisis más profundo en aquel momento (lo cual corresponde verdaderamente a toda la corte de analistas económicos expertos de la que disponen los ministros y secretarios de estado), era lograr ser capaces de dotar a las propias empresas de una herramienta para poder parar su actividad, sin mayores consecuencias contractuales aparte de la pérdida de facturación por congelar su actividad productiva (lo cual no es ni mucho menos poco). La primera aplicación en la que pensamos para esta propuesta de economía “Start/Stop” fue para evitar llevar a la quiebra a multitud de empresas que, por contrato, tienen que afrontar indemnizaciones millonarias, a pagar a sus clientes por los perjuicios y pérdidas ocasionadas por dejar de suministrarles sin tener otra opción.

Pero ésta era tan sólo una más de las múltiples posibles aplicaciones y ventajas derivadas de sacar una legislación de emergencia que, al menos tratase, de conseguir detener las empresas y los sectores que se necesitasen. Y ahora un país ya ha aplicado esta idea a gran escala, y no crean que se trata de un país de los que tienen meras “ocurrencias” para afrontar esta pandemia, como sí que fue el caso del Johnson y su suicida política pandémica para Reino Unido que ya les analizamos como un error garrafal, y tras el cual Johnson se ha visto obligado a recular a marchas forzadas. El país del que les hablo es ni más ni menos que la nórdica Dinamarca, un país con cuya política fiscal y de economía muy estatalizada se puede estar más o menos de acuerdo, pero que desde luego es un país en el que las cosas se estudian muy seriamente, y cuyas políticas finales puestas en práctica siempre minuciosamente muy calculadas, y por tanto tienen una probabilidad de éxito sensiblemente superior a la de los que van improvisando “sobre la marcha” (y no miro a nadie).

Dinamarca lo tiene muy claro, y dedica su bazooka económico a conseguir una economía de “Start/Stop”

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Tal y como publicase el diario The Atlantic en su artículo que resumía diversas comunicaciones con el economista danés Flemming Larsen, catedrático del Centro para Investigación del Mercado Laboral de la Universidad de Aalborg del país noreuropeo, Dinamarca ha visto claro que la solución puede pasar por ser capaces de “congelar” su economía. Y desde luego razones para pensarlo no les faltan, ni tampoco voluntad para llevar la disruptora política económica a la práctica: no sólo lo han analizado y decidido ágilmente, sino que además han hecho lo propio haciéndola realidad a toda prisa: exactamente la urgencia extrema que el sombrío panorama económico actual requiere. Larsen explicaba cómo el gobierno danés se había dirigido a las empresas del país afectadas por la crisis, a las que el estado les abonaría el 75% de los salarios de sus empleados para evitar los despidos masivos. La condición sería que mantuviesen a los trabajadores en plantilla, y el importe máximo por trabajador del que se haría cargo el estado sería de 3.288 euros mensuales, lo cual implica mantener el poder adquisitivo de los trabajadores, dotándoles de ingresos equivalentes a un nivel salarial de hasta 52.400 euros anualizados.

Además, y como demostración de que los daneses son capaces de ser ágiles y de afinar mucho más en su plan que otros gobiernos (¡Ejem!), se han adelantado curándose en salud ante posibles “listos”, y no sólo el 75% del sueldo sólo será sufragado a los empleados que sean mantenidos en activo por la empresa, lo cual así evita aumentar el fraude empresarial, sino que además también se previene el posible fraude por parte de los propios trabajadores. Así, los empleados que perciban esa ayuda (y que deben ser mandados a su casa a guardar cuarentena) no podrán trabajar obviamente para su propia empresa, pero tampoco lo podrán hacer para ninguna otra ni desarrollar actividad laboral alguna adicional a su actividad habitual pre-crisis: a algunos seguro que se les ocurriría “compatibilizar” la percepción de las ayudas estatales con ciertas formas de tele-trabajo por cuenta propia o ajena desde sus casas: aunque sea más típica aquí, la picaresca no es exclusiva del sur.

Respecto a fórmulas laborales como el “kurzarbetit”, que ayudó en Alemania a capear la Gran Recesión con mucho más éxito que otros países (entre los que hemos de incluir a España), aparte de que ya las pusimos nosotros también sobre la mesa como un modelo a tener en cuenta, en Dinamarca han hecho lo propio, pero se han inspirado en él sólo en parte, para alumbrar un modelo híbrido. Así, el “kurzarbeit” realmente suponía que el estado alemán y las empresas compartían en cierta medida los costes laborales de unos trabajadores cuya jornada laboral se veía reducida en todos los casos, para evitar despidos individuales masivos que dejasen millones de desempleados permnentes en la calle, sin apenas recursos en el medio plazo, y con el consiguiente riesgo de exclusión social y del proceso de evidente destrucción socioeconómica, con trabajadores que ya van a tenerlo significativamente más difícil para volver a re-insertarse en el mercado laboral. La diferencia con aquella solución teutona que, todo hay que decirlo, estaba diseñada para una tipología de crisis diferente, es que en la solución danesa literalmente el estado paga a los empleados para que se vayan a su casa durante un breve paréntesis de tiempo. Si bien el objetivo entre ambas soluciones, la danesa de ahora y la teutona de la Gran Recesión, comparten el muy bien concebido objetivo de evitar destructivos despidos masivos definitivos vía ERE al uso.

Además, los daneses también han visto que, en un contexto de quiebras empresariales que inevitablemente van a cotizar al alza de una u otra manera, va a ser vital que los bancos sigan prestando dinero a las empresas, que con él van a poder seguir siendo viables en el corto y medio plazo, y que tienen una alta probabilidad de poder repagar ese préstamo en el futuro cuando amaine la marea. Para ello, el gobierno danés ha decidido garantizar con el respaldo del estado hasta el 70% de los nuevos préstamos a empresas. Esta medida es también bastante acertada, y a falta de ver los requisitos para acceder a esas garantías y que éstos no se traduzcan en dinero tirado a la basura, por acabar en manos de empresas inviables contando incluso con ese dinero fresco. Pero lo cierto es que es esencial que el dinero se siga moviendo en nuestras socioeconomías, y que no sólo se mantenga una relativa velocidad del dinero (que éste se mueva y haya actividad), sino también que éste sea inyectado allá donde más falta haga en las empresas, en los ciudadanos, y en la economía en general. Los daneses así lo están haciendo.

Y los daneses no sólo están congelando la economía como tal y la actividad empresarial y laboral para vadear el bache de dos o tres meses, además, como situación de excepción, están haciendo lo mismo con los trámites y requerimientos habituales para acceder a prestaciones estatales como las de desempleo. Parece que los daneses buscan dotar momentáneamente al sistema de una flexibilidad extra para no dejar fuera a muchos ciudadanos porque, inevitablemente, va a haber multitud de casuísticas personales imposibles de prever ahora mismo ante lo inexplorado de un nuevo concepto de economía de “Start/Stop”, para cuyo diseño pormenorizado literalmente no hay tiempo. Finalmente, el plan danés complementa todas estas fórmulas con importantes ayudas públicas destinadas a los gastos fijos de las empresas que éstas no pueden eludir a pesar del parón temporal, y que pueden efectivamente suponer su espada de Damocles, y devenir en defunción empresarial: el objetivo a evitar ahora mismo a toda costa en opinión de los daneses son las quiebras innecesarias por una situación coyuntural.

Con todo ello, el plan de rescate danés es literalmente colosal, y aparte de que en aquel país no ha despertado la clásica polémica tan española de que el gobierno sólo se dedica a rescatar a sus “amigos” del Ibex-35, este plan supone para el pequeño estado danés unas cifras que ascienden a nada más y nada menos que un 13% de su PIB, y que va a ser gastado tan sólo en un breve periodo de tres meses, o lo que se calcula que puede tardar la pandemia en remitir según las estadísticas disponibles de otros países. El objetivo es que la cuarentena pase con sus ciudadanos a salvo del riesgo biológico, y sin que les haya podido afectar perdiendo también su trabajo.

Lo que muy probablemente puede ser la espoleta fallida de la granada anti-crisis española

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Pasando a una escala más nacional, no niego que tal vez la intención última del gobierno español pudiese haber llegado a ser la misma conceptualmente que la de los daneses, pero la realidad es que en la práctica difieren bastante, a favor de los daneses. Como muy bien analizara uno de nuestros más apreciados lectores, Arklus, que destaca no sólo por su gran constructividad, sino además por aportar contenido de incalculable valor que muchas veces complementa las entradas de un servidor, el problema de la solución adoptada por España es que está mal diseñada si su verdadero objetivo es evitar los dramáticos despidos innecesarios. Y que conste que, tanto Arklus como yo, hacemos nuestras contribuciones sobre este tema con la sana intención de que se adopten las mejores políticas para este grave problema de emergencia nacional, y en la creencia de que el gobierno está aún a tiempo de enmendar su plan.

Arklus muy coherentemente argumentaba que en España las nuevas políticas básicamente establecen que ahora, con los nuevos ERTEs y con las nuevas medidas, el asalariado pasa a cargo del estado, al igual que la cuota empresarial correspondiente. Además de que los ingresos que le quedan al trabajador se van a ver reducidos de forma significativa, se supone que la ventaja para las empresas de acudir a la fórmula del ERTE, en vez del ERE con despidos definitivos, es que la empresa tiene acceso así a una línea de liquidez que le permitiría sobrevivir al cese temporal de su actividad o a la brusca caída de sus ventas.

Pero un servidor coincide totalmente con lo que seguía exponiendo Arklus de que, con el erróneo diseño actual, podríamos asistir a mucho uso fraudulento; fraudulento en el sentido de que beneficiaría también a las empresas que se aparten del objetivo final de preservar el empleo tras el bache de la cuarentena. Y el caso es que, por paradójico que pueda parecer, ese uso “fraudulento” podría acabar siendo totalmente posible con las medidas de ayuda tal y como están concebidas actualmente, un punto muy flaco que ya presentó en su momento aquel desastre que fue el Plan E del gobierno de Zapatero, y todo el dinero que acabó tirando mayormente por la ventana.

El tema que apuntaba Arklus es que el plan anti-Coronavirus les ofrece financiación a todas las empresas, independientemente de su grado de compromiso con el mantenimiento del empleo neto en el largo plazo, o al menos con una parte sustancial del mismo. Porque sí que es cierto que el decreto-ley del Coronavirus establece que “las medidas extraordinarias en el ámbito laboral previstas en el presente real decreto-ley estarán sujetas al compromiso de la empresa de mantener el empleo durante el plazo de seis meses desde la fecha de reanudación de la actividad”. Pero no es menos cierto que sus buenas intenciones las plasma legislativamente con enormes e insalvables lagunas, que derivan en gran inseguridad jurídica en este tema.

Y es que el decreto-ley no define a qué se refieren exactamente con “mantener el empleo”. Como muy oportunamente se preguntaba Arklus, ¿Se refieren al empleo neto? ¿Cómo encajan en todo esto los contratos temporales? Porque puede haber contratos temporales a los que les tocase extinguirse ahora, o nuevas altas temporales que puedan ser hechas por plazos que superen la disposición de la ley de seis meses, pero que poco después puedan ser extinguidos fácilmente por la empresa una vez que ya haya podido disfrutar de las ventajas del plan. Y por la naturaleza de su negocio, sin ir más lejos en ese sector turístico en el que “se hace la temporada” y que además es la primera industria nacional, no se puede obviar “por las bravas” que hay muchas empresas en las que la contratación temporal supone su principal vía de contratación. Y eso por no entrar en temas de exenciones y líneas de crédito, a los que también apuntaba Arklus y que caen igualmente en una absoluta indefinición, que puede crear situaciones muy injustas e incluso suponer la sentencia de muerte para determinadas empresas, cuyos casos particulares no caben de ninguna manera en el actual diseño tan indefinido del plan.

Pero lo más flagrante de todo es que en el decreto-ley no se contempla la posibilidad de poder acogerte a los nuevos ERTEs como válvula de escape para que las empresas liberen presión financiera, pero sin que tengan que acogerse a unas ayudas que puede ser que no necesiten por otro lado. En caso de que las empresas se vean forzadas a tomar ayudas sí o sí, a buen seguro éstas les impondrán otra serie de obligaciones adicionales, que obviamente también tendrán sus contraindicaciones y riesgos innecesarios para estas empresas, con el agravante de que verdaderamente no necesitan asumirlos, sino tan sólo prescindir temporalmente de parte de sus costes laborales durante este breve paréntesis de tiempo sin producción.

Tras el análisis detallado del plan, igual que dijimos tras la primera aproximación: aquí el gobierno sigue teniendo (mucho) trabajo

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Este tema de los ERTEs debería ser precisamente el que más flexibilidad y que con mayor grado de definición debería contar, puesto que es la solución idónea para un parón temporal como el que tenemos la obligación de imponer a muchos sectores de nuestras socioeconomías. Y abodar este tema sigue siendo ineludible y extremadamente urgente. Precisamente éste es un punto que ha estado desde el minuto cero en el punto de mira de las medidas danesas, tal y como hemos explicado anteriormente. Y ése es el principal y más grave error cometido en España, ya que no es que sea simplemente una medida mejorable, sino que por su incorrecto diseño corre el riesgo cierto de dar al traste con buena parte del plan, y que cuando remita la pandemia acabemos viendo centenares de miles de nuevos parados en la fila del INEM, porque sus empresas no tuvieron alternativa a echar la persiana para siempre, por un parón momentáneo de la economía para el que el gobierno no supo dar la adecuada cobertura legal y financiera: el famoso concepto “Start/Stop”.

Pero tampoco todo pueden ser éxitos fulgurantes para el gobierno de Copenague. Y es que para el éxito del plan danés no sólo basta con el desempeño local y de cómo ataquen a la crisis en aquel país, sino que, en una Europa unida, el mayor o menor éxito de Dinamarca para afrontar el Coronavirus más económico depende en buena medida también del desempeño de sus hermanos europeos, y en especial de los que mantienen vínculos comerciales más estrechos con el país nórdico (que no escandinavo).

Además, todo este plan supone un colosal esfuerzo ímprobo para un Estado: ímprobo por su intensidad, e i’m probó también porque nada es una probada garantía de éxito en una coyuntura que se adentra en el incierto terreno de lo inexplorado. Y es que no podemos perder de vista que hablamos de unos Estados que, frente al Coronavirus, si bien han de echar el resto con déficit en esta crisis al tratarse de una situación no sistémica, excepcional y transitoria, tal y como hizo económicamente España (aunque tarde y de forma muy mejorable en ciertos aspectos), tampoco se puede asumir que un Estado deba exponerse a salvar el hoy, pero luego quebrar y hacer default en el mañana.

También al Estado las cuentas le tendrán que salir de una manera u otra, incluyendo unos esfuerzos pandémicos que tampoco son gratis. Conociendo a los daneses, ya pueden jurar ustedes que han echado las cuentas y les cuadran. Sin embargo, en España, ay, ¡Cómo me duele este país!: o bien nuestros políticos siguen con las pilas puestas y sacando nuevas medidas, o habrá que ver cómo nos deja esta catástrofe socioeconómica cuando baje la marea. Porque lo que es seguro es que estaríamos infinitamente en mejor condición de soportar shocks económicos como el presente si en este país se hubiese reducido la deuda estos últimos años, cuando teníamos posibilidades reales de irlo haciendo no tan traumáticamente como luego durante una crisis, que siempre puede transformarse letalmente en una crisis de deuda. Un margen con el que sí ha podido contar, por cierto, esa Alemania que hace ya tiempo vió la conveniencia de apostar por una sana política de déficit cero. De nuevo, nuestros políticos (éstos y aquellos) llegan muy tarde, y además de que nos han obligado a todos a ser cigarras, no durarán ni un minuto en pedir luego la solidaridad de las hormigas noreuropeas. Lo peor es que, esta vez, la desidia y la incompetencia económicas de años atrás se están traduciendo hoy en penurias económicas y... en muertos aún calientes sobre la mesa del mortuorio (sin negar tampoco la probable mortalidad producida por la precariedad económica). Es algo que algunos calificarán de hasta macabro.

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Como ven, tras un análisis más detallado, si bien las medidas eran a grandes rasgos correctas tal y como les analizamos (aunque ya decíamos también que no bastaba y que había más medidas esenciales a adoptar), el análisis más pormenorizado nos revela que, no es que haya lagunas en los detalles del plan del gobierno, sino es más bien que las lagunas existentes son más negras que la soriana Laguna Negra. Esta crisis es una crisis potencialmente muy muy grave, incluso letal para no pocos países diría yo, y los países se puede decir que tienen un bazooka con una única granada a lanzar. Si atinan o no a darle a la bestia del virus económico en su corazón depende de a dónde apunte cada uno, pero lo que está claro es que el que yerre el tiro muy probablemente acabará devorado preso de las fauces del monstruo. Dinamarca lo tiene claro, desde estas líneas también, ¿Lo tiene claro nuestro gobierno? Grrrrrrrr, el monstruo sanguinolento ruge sediento de sangre y mostrando sus afilados dientes… No hay tiempo que perder, más que nada, porque no lo tenemos, y porque además se mide en empleos y… en vidas: lo más preciado y, en última instancia, lo único que verdaderamente tenemos.

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