Todo motor moderno que se precie es capaz de ganar en eficiencia energética con tecnología de Start/Stop. Pero inevitablemente, cuando se trata de re-arrancarlo y de que eche de nuevo a rodar con brío, es necesaria una chispa de ignición que permita al motor volver a imprimir fuerza a la correa de distribución.
Esto es igualmente aplicable a la economía, donde el Coronavirus nos ha forzado a parar nuestro motor económico en seco, y donde ahora es esencial volver a poner el ciclo de combustión en funcionamiento. Si no lo conseguimos corremos el riesgo de que arranquemos insuficientemente a medio gas, con la mitad de los pistones oxidados, y con el gran peligro que ya atisbamos en la “Gran Recesión” de encaminarnos a una convulsa realidad social de consecuencias imprevisibles, y que siempre puede desembocar en políticas socioeconómicamente destructivas impuestas a base de cóctel Molotov.
Si se hubiese implantado correctamente el concepto de economía Start/Stop no estaríamos como estamos (al menos no tanto)
Si bien ya les hemos expuesto en otras ocasiones cómo ese concepto de la economía Start/Stop se ha implementado de forma mayormente incorrecta en el caso concreto de la socioeconomía española, aparte de que era una propuesta de futuro que fuimos de los primeros en proponer desde aquí, no es menos cierto que, además, juzgando por los datos objetivos que empieza a arrojar nuestra economía, la aproximación del gobierno a dicho concepto no está cosechando ni mucho menos los resultados esperados, y la economía española se despeña por el precipicio.
No ocurre con esta extrema gravedad en otras socioeconomías como la de Dinamarca, que sí que implemenó mucho más apropiadamente este concepto tan necesario e idóneo para capear lo mejor posible el temporal traído por el Coronavirus hasta nuestras costas. De hecho, España ha sufrido un retroceso económico nunca visto en su serie histórica, con una contracción del PIB del -5,2% en el primer trimestre respecto al trimestre anterior: y eso contando con que estas cifras contabilizan un impacto todavía muy amortiguado de la debacle, ya que incluyen tan sólo medio mes del parón económico sobrevenido con el estado de alarma, sobre un período de tres meses.
Sin embargo, en el conjunto de la Unión Europea este decrecimiento de reduce ostensiblemente hasta el -2,7% (-3,3% en la Zona Euro). Pero es más, “casualmente” resulta que, sin ir más lejos, esa Dinamarca (y otros) que sí que ha implementado el concepto de economía Start/Stop arroja unas previsiones actualizadas de que cosechará en el mismo periodo un decrecimiento del -3,2% (por muy mal que se les pueda dar con esta previsión, resulta casi seguro ya a día de hoy que la cifra de impacto económico final se situará igualmente sensiblemente por debajo de la española). Vaya, va a resultar que efectivamente, y como tanto les advertimos desde aquí desde los mismísimos albores de la pandemia en China (el 3 de Febrero: ¡Ay, si nos hubiesen escuchado a tiempo!), la pandemia era un riesgo muy real y amenazador, y una incorrecta gestión sanitaria de la misma, como la que hemos sufrido en los países que peores estadísticas arrojamos, era susceptible de destrozar nuestra socioeconomía, como de hecho está ya ocurriendo con casi el doble de letal intensidad que en la UE, y muy a pesar de advertencias y propuestas de futuro de medios salmón como nosotros. Y todo apunta a que esas diferencias que ya no se miden sólo en muertos, sino ahora también en parados (que al final también puede que se traduzcan igualmente en muertos), serán todavía más lacerantes en las cifras del segundo trimestre, cuando la pandemia refleje toda su potencia destructora en la estadísticas econométricas.
No desistimos en seguir proponiendo soluciones de futuro: ahora necesitamos una esencial chispa de ignición, en vez de un lanzallamas perpetuo
Pero no sólo la posible capacidad de minimizar el impacto del desastre del COVID-19 se limita a la gestión sanitaria. Una vez sobrevenido el peor escenario epidemiológico, hay opciones de, al menos, minimizar su impacto económico. Y aunque ahora conceptos como esa economía de Start/Stop, que ya se van demostrado de éxito en otros países, en el caso de España lamentablemente no se hayan aplicado correctamente, seguimos desde aquí sin arrojar la toalla, y no desistimos en seguir haciendo propuestas socioeconómicas para tratar de enderezar la torcida situación (dentro de lo posible). Así, incluso corriendo un tupido velo y obviando lo visto hasta el momento, mirando al futuro de aquí en adelante seguimos pudiendo aplicar fórmulas de éxito que puedan minimizar el desastre que ya tenemos encima en nuestro día a día.
Se siguen pudiendo adoptar políticas de tintes salmón para minimizar el impacto más pandémico, e incluso teniendo en cuenta la obvia limitación de recursos de unos dirigentes que llevan lustros sin reducir deuda cuando se podía (y se debía) hacer, obligándonos (unos y otros) a todos a ser ahora cigarras que tienen que ir a llorarles a las diligentes hormigas del norte. Pero el hecho es que, recursos económicos, tenerlos los tenemos incluso en esta deplorable situación: el problema no es tanto de los recursos disponibles, como de gestionarlos debidamente. Así, todo motor, y especialmente los de Start/Stop, precisan de una chispa de ignición que ponga de nuevo el ciclo de combustión en funcionamiento, y sobre eso va nuestra nueva propuesta de futuro, esencial en un momento económico como el que vivimos en España justamente en este preciso momento.
En vez de emprenderla con un lanzallamas a llamaradas a discreción con más efectismo que efectividad, lo que hay que hacer ahora es tratar antes de que la economía se levante por sí misma, tendiéndole la mano y ayudándole a incorporarse. No es momento de dedicar recursos imprescindibles ahora a aplicar recetas de largo plazo, como puede ser la renta mínima básica (en cuyo debate no entro en esta ocasión), y que corre el riesgo de generar una dependencia del estado que ahora mismo aún estamos a tiempo de lograr que sea innecesaria. Esos preciados y escasos recursos económicos ahora mismo deberían encauzarse a tratar de reactivar la economía con un chispazo de los de verdad, no siendo momento de sacar un lanzallamas sin botón de apagado, con la intención de perpetuar el poder calorífico de sus llamaradas, máxime en una situación en la que ya empezamos a andar muy (muy) escasos de combustible.
La renta básica que vemos en los titulares en España en estos días debe ser vista como un (posible) tratamiento crónico de largo plazo (insisto: del que no analizaré aquí su efectividad), cuando lo que necesitamos urgentemente en este preciso momento es un chute de antivirales que machaquen el virus económico y devuelvan algo de brío de nuestra economía. En el punto en que baje la marea y podamos evaluar los supervivientes y los restos del naufragio, será ése y no otro el momento oportuno para evaluar qué recursos nos quedan tras la tempestad, y elel punto en que los defensores de la renta básica puedan plantearse si procede (o no) una política socioeconómica así (y por favor, sin que se inmiscuyan intereses electoralistas en un debate que debería ser estrictamente socioeconómico).
Mejor que una asignación permanente y cercenada a sólo algunos estamentos sociales reducidos y con menor alcance macroeconómico, en esta coyuntura resulta mucho más apropiado entregar a los ciudadanos una serie de importes únicos (o desgravaciones) “de un solo tiro”, pero que sean certeros. Con la propensión marginal al gasto de las clases medias y humildes, sin duda esta serie limitada de importes sería revertida en buena medida a consumir y a devolver a nuestra economía algo de brio económico, y por tanto de empleos que ahora mismo se nos están yendo de las manos (digo, de las nóminas). Pero esta propuesta realmente no tiene nada que ver con colosales desastres como el Plan E, mal concebido y peor ejecutado: ahora el dinero se les debería entregar directamente a los consumidores (efectivamente: los que consumen), y es que la solución ha de ser distinta también porquue el escenario actual es totalmente distinto a la Gran Recesión (o más bien Gran Depresión) inmobiliaria española.
Entonces nos enfrentábamos a una situación sistémica, con profundos desequilibrios macroeconómicos, ganada a golpe de excesos en los plazos más largos, y mal solución tenía el asunto una vez que la burbuja no había sido pinchada de forma controlada en su momento. Pero ahora nos enfrentamos a una situación coyuntural, que simplemente corre el riesgo de cronificarse si no se actúa a tiempo, enfrentándonos a una economía cuyo motor ha sido parado (necesariamente) a propósito, y que ahora necesita de un empujón para echar a andar de nuevo. Por mucho que vaya a hacerlo con mucha menor velocidad que antes, el objetivo es ir para atrás sólo momentáneamente para coger impulso, y no caernos marcha atrás cuesta abajo por el precipicio. Además, en términos socioeconómicos y de eficiencia salmón, en la situación actual es mucho mejor y más eficiente fomentar que la gente se pueda volver ganar la vida por sí mismos y que la economía les acompañe, que ponerlos en situación de dependencia extrema de una dádiva asignación estatal que aún estamos a tiempo de que no sea mayormente necesaria. Es más, es que ahora mismo no hay dinero para todo, y dependerá de la intensidad de chispazo logremos re-arrancar el motor, por lo que debemos dedicarle ahora mismo los máximos recursos económicos disponibles (y siempre dentro de lo sostenible).
Y que conste que la idea de este tipo de incentivo económico transitorio pero recurrente, por un importe contundente, libre de impuestos, y destinado a reactivar directamente en vena el consumo, en esta ocasión no es una idea exclusivamente propia, sino que se ha propuesto también allende los mares. Efectivamente, ya saben cómo un autor como el que suscribe es capaz de repartir críticas literalmente a la diestra y a la siniestra, juzgándoles simplemente por sus resultados. Igualmente soy capaz de apoyar ideas o hacer las propuestas más adecuadas en cada caso, independientemente de que los sectores más partidistas (y partidarios) las califiquen como de uno u otro color. En esta ocasión, la idea de hoy la propusieron inicialmente dos estadounidenses miembros del partido demócrata.
Y no es sólo una mera idea electoralista, sino que el representante de Ohio que la co-suscribe junto con otro de California se han lanzado decididamente a proponerla al más alto nivel, y han llevado al propio Congreso de los Estados Unidos el denominado “Emergency Money for the People Act”. Pretenden así resolver las deficiencias de un “CARES Act” vigente, que consideran totalmente insuficiente dada la situación, y que además era una asignación tan sólo puntual con una sola transferencia monetaria: ahora se pretende distribuir una asignación recurrente y por un importe relevante, que se mantendrá mientras dure la situación de excepcionalidad socioeconómica. Y que conste que es cierto que en la pandemia a Europa y EEUU nos separan grandes distancias, y que el panorama que se nos presenta puede ser muy diferente. Sin embargo, la idea tiene una gran parte de idónea para enfrentarnos a la situación actual de “motor parado”, que nos acecha amenazadoramente a ambos lados del Atlántico por igual.
Independientemente de idiosincrasias y diferentes implementaciones locales y nacionales (y de la insostenibilidad de la burbuja de deuda soberana en cada sitio), a mismos males mismos remedios (y a grandes males grandes remedios, dicho sea de paso). Y por cierto, que aquí hablábamos antes de la evidente irresponsabilidad citada antes y que se demuestra ahora tras no haber reducido deuda en España S. A. cuando podíamos, pero igualmente debemos hablar del también suicidio que ha supuesto incrementar el déficit estadounidense en el último año y pico hasta niveles totalmente inconcebibles. Tanto estadounidenses como españoles, si ahora pudiésemos contar con munición dineraria extra para poder afrontar esta crisis, la cosa sería radicalmente distinta. Como ven, irresponsabilidad la hay de todos los colores porque, como decía mi sabio abuelo, “hay de todo en todos lados”, y guardar cuando se puede por lo que pueda venir es siempre una muy buena opción, al estilo de lo que han hecho por cierto en Alemania, y que ahora les permite contar con un vital colchón extra que les va a servir para amortiguar la debacle del Coronavirus.
Propuestas y políticas aparte, lo cierto es que, como todo cisne negro que bate sus alas, el Coronavirus nos va a enseñar mucho más de economía que lo que la economía podía enseñarnos sobre lo que podía ser algo como esta pandemia. Efectivamente, es un escenario totalmente inexplorado el que surge tras la necesidad imperiosa de tener que parar en seco las economías por causa de fuerza mayor, aunque obviamente este parón se agrava considerablemente cuanto peor haya sido gestionada sanitariamente la pandemia (eso por no hablar del coste en vidas, que son mucho más valiosas). Y entre esas lecciones que siempre debemos sacar de todo, no duden que una de las más importantes que vamos a sacar en esta ocasión es que la Socioeconomía como concepto es absolutamente esencial, e ineludiblemente algo a abordar con mucha mayor intensidad en cualquier lugar que aspire a tener un futuro económico mínimamente sostenible en los plazos más largos.
Y esa socioeconomía se torna más esencial que antes por la relación de la sanidad con la economía y con el bienestar, por la necesidad imperiosa de tener buenos gestores, competentes, responsables y éticos tanto privados como públicos, por la inevitabilidad de reforzar la clase media como fuente de progreso sostenible en los plazos más largos, por la necesidad de buscar el bien común más allá de aplicar paños calientes con condescendencia, cuando en realidad lo que se debe aplicar es la responsabilidad (y la cultura) económica más preventiva, así como tantas otras interrelaciones socioeconómicas que siempre defendemos desde aquí, y que a veces no se ven por ningún lado más que en los discursos más electorales y viscerales. Muy temiblemente el Coronavirus es un evento socioeconómico de primer orden (o más bien de orden 0), que nos va a demostrar por las bravas qué políticas económicas y socioeconómicas son adecuadas y sostenibles, y cuáles sólo suponen la ruina más caracolera. Y que conste que en este país los caracoles se comen, y las bujías (con su chispa de ignición) son vendidas de segunda mano por mecánicos oportunistas.
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