Ámsterdam apuesta por implementar la "economía dónut" para afrontar la era post-Coronavirus y gestionar la recuperación

Ámsterdam apuesta por implementar la "economía dónut" para afrontar la era post-Coronavirus y gestionar la recuperación
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El Coronavirus llegó funestamente a nuestro mundo, y mayormente ha cambiado muchas cosas a mucho peor, entre ellas las perspectivas de destrucción socioeconómica, la convulsión y la lamentable gestión política que han aflorado en diversos países, o los mismos fallecidos que se fueron para siempre.

Pero, por muy negativo y fatídico que algo pueda ser, todo también tiene sus aspectos positivos que, aunque no puedan compensar ni de lejos a los negativos ni nos vayan a traer a los que ya no están aquí, suponen un positivismo al que nos vemos abocados ahora, para ser capaces de sobreponernos y sobrevivir, tanto personal como socioeconómicamente.

Y uno de esos aspectos positivos es que ahora hay muchas cosas que los dirigentes con altura de miras se están replanteando desde sus bases más fundamentales, entre ellas muchos temas socioeconómicos, en lo que es todo un proceso de la destrucción más creativa. Así, por ejemplo, en Ámsterdam están rediseñando sus pilares socioeconómicos más fundamentales, y han decidido lanzarse a afrontar la recuperación económica post-Coronavirus con un nuevo y disruptivo concepto: la “Economía Dónut”. Y no, no es economía basura (ni mucho menos), sino todo lo contrario, y promete ser una saludable receta repleta de vitaminas económicas.

Del Coronavirus a la “Economía Dónut” sólo va una nueva receta (socioeconómica) de masa, además de la consciencia de necesitar meter una nueva fórmula en el horno

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No vamos a entrar de nuevo en todo el gran daño socio-sanitario que ha causado esa pandemia del Coronavirus, acerca de la cual fuimos uno de los primeros medios en advertirles tan pronto como allá por el 3 de febrero de 2020. Esto lo hicimos mucho antes de que el fatídico virus se empezase a pasear por todo el mundo ya sin mayor remedio, y cuando aún estábamos a tiempo de evitar la catástrofe con ineludibles medidas preventivas como las que hicimos desde aquí. Tampoco vamos a entrar ahora en todo el gran daño socioeconómico que la pandemia está causando en la economía, con estragos dramáticos de los que aún tenemos lo peor por delante. Un “lo peor” a futuro guardado celosamente en secreto (oficial) para un 2021 que promete ser otro año aciago, al menos económicamente.

Y por último, tampoco vamos a hablarles una vez más de cómo es la gestión preventiva el factor más eficaz y efectivo en la lucha contra la pandemia. Se trata de un punto acerca del cual ya les advertimos en primavera, analizando las abismales diferencias de coste en vidas y en desastre económico entre los países con una buena gestión y los que la han tenido nefasta. Ante la flagrante pasividad gestora de demasiados de nuestros políticos, recientemente desde aquí les hemos vuelto a sacar a la palestra la vital importancia de tener una buena gestión pandémica, al hilo de casos elocuentes como el de Mongolia (entre muchos otros), que con una buena gestión preventiva ha conseguido la elogiable marca mundial de no haber tenido en su territorio hasta la fecha ni una sola víctima mortal por el funesto COVID-19. Más claro, agua: el que no quiera verlo es que tiene algún interés o sesgo personal para no querer hacerlo, porque los datos son claros, de múltiples países, y demostrativamente objetivos.

Pero irresponsabilidad o incompetencia aparte, bien sea de políticos nacionales o algunos también locales, lo cierto es que el daño ya está mayormente hecho, y que poco sentido tiene ya ahondar en él si el objetivo es el habitual de estas líneas: evitar los problemas graves de nuestra socioeconomía antes incluso de que lleguen a ocurrir. El tiempo pondrá a cada cual en su sitio, y sacará a relucir las responsabilidades en todo lo que hemos padecido en este y en otros países, pero haciendo un duro ejercicio de constructividad vamos a intentar asumir que estamos como estamos, y trataremos de seguir proponiendo soluciones de futuro por el bien común. En este sentido, la cuestión clave es: “¿Y ahora qué?”. Pues tras haber asistido al fracaso más estrepitoso a la hora de haber tenido una buena gestión preventiva de la pandemia, ahora en lo que debemos centrarnos ineludiblemente es en tratar de tener al menos una buena gestión de la recuperación económica, que en algún momento y en alguna medida llegará en cómputos anuales cuando vayan remitiendo las sucesivas olas de infección vírica.

Y no, no estamos hablando únicamente de cómo repartir los generosos fondos que nos han entregado nuestros queridos hermanos europeos. Aquí la recuperación se trata de mucho más que poner la mano a Europa y repartir entre los bolsillos abiertos en suelo nacional. Eso lo hace cualquiera (algunos mejor que otros, eso sí). De lo que estamos hablando cuando ahora nos centramos en reclamar desde aquí una buena gestión de la recuperación de la pandemia es de innovar socioeconómicamente, de diseñar preventivamente soluciones salmón para los numerosos y graves problemas que aún tenemos por delante, de estar a la altura del pueblo español y en pos del bien común hacer una gestión económica óptima de la vuelta de las cifras negras al crecimiento del PIB, etc. Hablamos de tantas cosas que se pueden hacer y que nos gustaría ver de mano de nuestros políticos que, a la vista de los precedentes a los que tristemente nos tienen acostumbrados, sólo queremos insistir desde aquí en la necesidad de lo que consideramos ineludible, para que luego al menos no puedan escudarse en que nadie se lo dijo. Y para hacerlo no sólo nos exprimimos nuestras propias neuronas por el bien de todos los ciudadanos, sino que además también tratamos de aprender de los aciertos de otros, fijándonos en qué creativas e innovadoras soluciones están poniendo en marcha en otros países de nuestro entorno.

En Ámsterdam, sin ir más lejos, han optado por un nuevo y disruptivo concepto socioeconómico que no podíamos dejar de analizar aquí, y del que debemos tomar como mínimo buena nota. Se trata de lo que allí han acuñado como “economía dónut”, y en la cual han basado la gestión de la nueva economía que va a resurgir tras la recuperación. Y no, a pesar de evocar un bollo artificialmente industrial como es el famoso “dónut”, no se trata ni mucho menos de un mal concepto ni de economía basura. Todo lo contrario, y con ello los holandeses han podido dar con una nutritiva receta económica a tener muy en cuenta. Y tengan también en cuenta que los holandeses son especialmente valientes y responsables en este tipo de retos socioeconómicos, y ya han demostrado otras veces cómo saben estar a la altura de los retos que nos están surgiendo en estos tiempos convulsos, al menos no cayendo en la más flagrante inacción que vemos por otros lares.

De hecho, ya les analizamos hace unos meses cómo allí también han aprovechado visionariamente el paréntesis de la pandemia para tratar de reinventar el modelo productivo de la socioeconomía de la famosa ciudad de los canales. No es que debamos sentir envidia de otros países por los políticos que les dirigen allí (que también), es que debemos tomar ejemplo de los que mejor lo hacen, y no dejar de exigir en España que los españoles no merecemos peor gestión que la de nuestros vecinos europeos. Porque aquí en España, con la que nos está cayendo, un servidor poco ha oído hablar de visionarios modelos socioeconómicos de recuperación como los que están poniendo en marcha en Europa, al estilo de esa “economía dónut”.

Pero dónut o berlina rellena, ¿Por qué esta receta socioeconómica centroeuropea parece tan suculenta a la hora de cocinar la recuperación post-pandemia y evitar la inanición?

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Efectivamente, hay que empezar aclarando que, una vez metidos “en harina” con la pandemia (¡Y tan harina!), acertar con la receta más elaborada y gustativa de cara a la recuperación tras la pandemia ya no es un simple tema de que el plato servido sea más o menos delicioso. La diferencia literalmente estriba entre los que sacarán una receta muy nutritiva que devolverá a los comensales las energías para retomar la senda del crecimiento, y los que sacarán un esperpento culinario totalmente incomible que hará que los sufridos comensales acaben cayendo en la inanición, ante lo intragable de las pócimas populistas que algunos sacarán para tapar bocas, que no para llenar estómagos. Entre los afortunados primeros, y esos segundos que mayormente sufren la lacra de tener que soportar unos gobernantes que no están a la altura de su pueblo, se abrirá una insalvable sima que ya está dividiendo el mundo del futuro.

Pero es aquí donde llega esa “economía dónut”, cuya fórmula repostera estamos aún a tiempo de abrazar también desde los países más rezagados en la recuperación económica (“rezagados” realmente por decir algo). Ya saben cómo desde estas líneas siempre nos esforzamos por contribuir al debate más constructivo, con el fin último de evitar males mayores. Y además de que esta receta de dónut es disruptivamente sana y nutritiva, no se crean que su autor es un simple cocinero de batalla: la receta proviene de una de las mejores escuelas de chefs del mundo. De hecho, esta formulación de salmón marinado ha venido prescrita desde la propia Universidad de Oxford, cuna de innumerables universitarios devenidos en influyentes economistas y poderosos dirigentes, y que han acabado cambiando nuestro mundo con su visión de la economía.

El nombre de “dónut” no es ni mucho menos casual, y proviene del modelo concebido por la economista británica Kate Raworth de la citada Universidad de Oxford. Ella fue la que concibió la recuperación post-Coronavirus con una forma tan circular como ese concepto de la economía circular que es tan de futuro y del que desde aquí tantas veces les hemos hablado. Tan sólo recordaremos que ese modelo “circular” tiene por objetivo ser capaces de tener una economía que emule a la naturaleza, al menos a la hora de tratar de no generar residuos no reutilizables y de reaprovechar todo desecho como subproducto, reutilizable en otro proceso productivo subsiguiente. Aunque para la economía humana esto no será ni mucho menos posible en el 100% de los casos, lo cierto es que esta economía circular es totalmente viable en incontables casos de procesos industriales y productivos, y además lo es con jugosas ganancias para el planeta y… generando nuevas vías de ingresos para las propias empresas. Algo que, por cierto, ya hacían nuestros antepasados hace milenios, para que tomemos ejemplo de nuestros clásicos al menos como filosofía de vida y de socioeconomía.

Pero, como nos explicaba el diario británico The Guardian en un artículo monográfico sobre el tema, el modelo “dónut” de Raworth va más allá de lo que es esa economía circular. No obstante, hay que decir que buena parte de los fundamentos de la “economía dónut” también provienen de ese concepto circular, y de hecho esta economista es una de las madres de ciertas teorías, que vieron la luz con su famoso “bestseller” de 2017 con título “La economía dónut: siete formas de pensar como un economista del siglo XXI”. Los lectores más veteranos saben perfectamente cómo desde estas líneas hace ya bastantes años que les venimos analizando que el modelo capitalista actualmente vigente, y basado en simple crecimiento del PIB “ad-infinitum”, está más acabado que el sinsentido filosófico-socioeconómico que supone en los plazos más largos. Casualmente, ahora la citada obra de Raworth se ha convertido en el libro de mesilla de noche de destacados economistas y figuras socio-políticas, que la han llegado a calificar como “una rompedora alternativa a la economía de crecimiento”.

El nombre de “modelo dónut” le viene porque concibe un anillo interior de dicho dónut que establece los mínimos que necesitamos como socioeconomía para llevar una vida cómoda y con bienestar, y manteniéndose alineada con los objetivos de desarrollo socialmente sostenible de las Naciones Unidas y acordados por los líderes mundiales. Dicho bienestar viene determinado por ciertos servicios y derechos concebidos como fundamentales, como puede ser el acceso a comida, a agua limpia, o ciertos estándares básicos de acceso a la vivienda, sistemas de salud pública, sanidad, energía, educación y formación, igualdad de género, ingresos mínimos, o tener voz y voto en un sistema político. Vamos, una serie de conceptos y concepciones más que alineadas con ese concepto de Socioeconomía que desde estas líneas les reacuñamos hace ya bastantes años, y que lo hicimos como una nueva forma de concebir de manera indisoluble la economía, la sociedad, y la política. Raworth afirma que cualquiera que viva en una situación sin estos estándares mínimos de bienestar está viviendo literalmente en el “agujero” del dónut.

Por otro lado, en el anillo más externo del dónut, espolvoreados con azúcar glas, se sitúan los límites ecológico-medioambientales establecidos por los científicos de los sistemas terrestres, del medioambiente, y del delicado equilibro que encontramos en la biodiversidad y en los ecosistemas planetarios. Este anillo exterior representa los límites dentro de los cuales la humanidad debe desarrollar su actividad económica, y que debe desarrollarse sin dañar irreparablemente el clima, los sustratos terrestes, los océanos, la capa de ozono, las fuentes de agua dulce, o la propia biodiversidad que incluye a otras especies animales y vegetales. Entre ambos anillos, el primero estableciendo los límites de lo que son unos estándares de calidad de vida aceptables para todo ser humano, y el segundo estableciendo los límites de lo que ya pasa a dañar irreparablemente el planeta y las condiciones de vida en él, está entremedias la interfase en la cual los humanos deben aprender a moverse y a desarrollar su actividad socioeconómica de forma óptima. Se trata de un concepto teórico más o menos sencillo, pero no por ello deja de ser potente y con mucha trascendencia, y… sobre todo en muchos casos es algo totalmente alcanzable (incluso con rentabilidad económica) si se llegase a considerar seriamente desde un principio en cada decisión político-socioeconómica.

El concepto es bonito sobre el papel, pero hay ciudades como Ámsterdam que ya han optado con determinación por llevarlo a la práctica

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Como un servidor siempre les ha afirmado al abordar el tema de la economía circular, aquí no se trata de forzar a todo sector productivo o fábrica a abrazar un modelo que le puede suponer la ruina económica. No, el enfoque es otro muy distinto, siempre les hemos expuesto que aquí se trata simplemente de tomar el enfoque circular como punto de partida, para que sea implementado allá donde sea viable productiva y económicamente. Es decir, que se implemente donde tenga sentido y donde sea sostenible también en términos económicos. Y nos congratula ver cómo ha sido justamente con este enfoque de convivencia entre medioambiente y economía como lo han abordado desde la corporación municipal de la ciudad de Ámsterdam. Igualmente, allí han optado por adoptar el enfoque dónut como la forma de sentar las bases de la economía circular, y como la primera aproximación a cada asunto socioeconómico que el ayuntamiento tenga que abordar. Es decir, primero se debe intentar ese enfoque circular, y si luego no se implementa finalmente en algún caso, que al menos no sea porque no se haya valorado ni intentado.

Y el tema de la “economía dónut”no es en absoluto baladí, no sólo por toda la proyección que tiene un concepto como el de la economía circular, sino también porque una capital europea como es Ámsterdam ha sido pionera en abrazarlo por primera vez desde una gran entidad local. Efectivamente, esta capital centroeuropea ha sido la primera ciudad del mundo en abrazar abiertamente esta filosofía socioeconómica, e imbricarla desde el inicio en todas sus decisiones municipales. Desde luego se trata de un paso de gigante realmente esperanzador, y del que muchas ciudades españolas deberían tomar buen ejemplo. Porque aquí no se trata de amilanarse ante las crisis como la que nos sobreviene, sino de tomar lo poco que tienen de bueno, y aprovechar el inevitable “tiempo de cambios” que esas crisis siempre suponen, pero para cambiar también esos puntos del sistema que flaquean desde hace años. Puestos a meternos en “fregados”, acabemos por fregar toda la vajilla en vez de sólo aquella cuya pestilencia evidencia que es la que está más sucia.

Y es que hay derivas socioeconómicas que parecen incorregibles, y que llevan años arrastrando a ciudadanos y empresas por derroteros en los que ni los unos ni las otras puede ni vivir con bienestar ni desarrollar su actividad económica con holgura. The Guardian citaba por ejemplo ese caso del sector inmobiliario de la ciudad de Ámsterdam, que todos tienen que padecer y que no parece beneficiar a casi nadie, y menos a la socioeconomía de la ciudad en su conjunto. De nuevo, el tema del sector inmobiliario y cómo ha degenerado en las últimas décadas en los países desarrollados, deviniendo en una suerte de peaje insalvable o impuesto revolucionario a pagar por todos, es un tema que también les analizamos desde aquí. Otro ejemplo habitual de Raworth que justifica su “economía dónut” es por ejemplo el que hace referencia a la sostenibilidad y a la justicia social, dejando en evidencia cómo hay ciertas actividades del mundo desarrollado que se llevan a cabo a costa de explotar como recursos laborales a coste ínfimo a personas de países en vías de desarrollo. La producción de materias primas y de productos procedentes de la agricultura como el cacao son máximos exponentes de ello, y especialmente el de determinados mercados como es el de los diamantes, tan relevante en la propia Ámsterdam y que muchas veces tan teñidos de sangre llegan hasta nuestras manos.

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Hay asuntos y temas que ya no es que no busquen el bien común, es que han degenerado en un sinsentido que perjudica absolutamente a todos, incluyendo regidores, empresas y ciudadanos, y nadie atina bien a saber salirse de la corriente y ponerse a resguardo en la orilla. Es en esta situación donde las miradas deben inevitablemente volverse hacia los dirigentes y hacia los gobernantes, pues sobre ellos es sobre los que recae la responsabilidad última de diseñar políticas y socioeconomías. En Ámsterdam han decidido valientemente mutar su ADN a una nueva cadena de genes socioeconómicos que tomen como premisas los valores más fundamentales, para que con ellos puedan cohabitar en armonía la vida y la socioeconomía. Y es de esperar que otras ciudades sigan los pasos de la capital holandesa. Porque nunca un “dónut” fue menos comida basura, y más una nutritiva receta para que la perfección del círculo alimentase por igual a ciudadanos y empresas. Y donde haga falta dejar un cuadrado, pues habrá que dejar un cuadrado, pero siempre es infinitamente mejor tener un trailer con una rueda deforme, pero donde las demás ruedas ruedan con soltura y van transmitiendo la tracción, que acabar teniendo todas las ruedas igual de cuadradas.

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