Japón revolucionó la igualdad con su política de 'Womenomics', pero ¿les está dando resultados?

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Sin entrar a juzgar ni el movimiento feminista, ni su pujanza en los últimos tiempos, ni tan siquiera la deriva que algunos sectores del mismo están tomando, sin entrar a juzgar nada que caiga en el terreno de lo subjetivo (que será objetivo para otros), desde estas líneas nos vamos a ceñir estrictamente a los datos.

Poco nuevo podríamos aportar en un debate que, además, ya no es tan debate, sino que ha entrado en un terreno clara y mayormente pasional. El caso es que, si se parte de la base de que en el mundo laboral hay un gap entre hombres y mujeres, y que dicho gap se debería minimizar (e incluso hacer desaparecer), lo que hay que hacer es evaluar las políticas de igualdad, y juzgar los datos que han arrojado.

La “Womenomics” del primer ministro japonés Shinzo Abe ya fue lanzada hace seis años, y sus efectos deberían empezar a notarse ya de forma palpable en los mercados laborales del país nipón. Este caso de estudio es doblemente significativo porque, primero, hay ya datos objetivos que analizar tras la puesta en marcha de políticas ambiciosas, y segundo porque la sociedad japonesa supone un campo de experimentación especialmente relevante, puesto que es una sociedad que desde la perspectiva occidental podría ser calificada como de tradicionalmente muy machista (mucho más que por ejemplo la española).

La sociedad japonesa es una sociedad con fuertes tradiciones, y una herencia cultural que a veces resultaría chocante para un occidental

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Pues poniéndonos un poco en contexto, lo que hay que plantearse son los antecedentes de los que partimos. ¿Es la sociedad japonesa machista y jerárquica? Según los estándares occidentales actuales, hay que contestar que sí, y bastante. Según esos estándares que imperan por otros lares, no dudo de que algunos sectores llegarían incluso a calificar a la cultura japonesa de netamente injusta "de género", extremo al que a un servidor simplemente no le parece riguroso llegar por el momento, colgándole al país nipón un categórico calificativo a estas alturas, al menos no sin llegar a entender antes esta cultura milenaria con algo más de detalle.

Tan sólo por citarles algunas “peculiaridades culturales” del país del sol naciente, podemos empezar por ejemplo por lo de que sean supuestamente clasistas. Simplemente exponerles un revelador ejemplo. Uno de los escaparates por antonomasia de Japón es su capital, la macro-urbe Tokio, que tiene unos 14 millones de habitantes (el Gran Tokio tiene más de 38 millones). En la burbuja inmobiliaria de los 80, esta ciudad vio cómo se disparaban sus precios inmobiliarios más allá de la cordura, con hipotecas que se llegaron a heredar de padres a hijos. Tan sólo los jardines del palacio imperial de Tokio llegaron a tener una valoración inmobiliaria equivalente a la del todo estado de California.

Como algunos tal vez sepan, en esa macro-ciudad que pasó por este proceso fuertemente especulativo, incluso treinta años después tener un coche es un lujo reservado para unos pocos muy adinerados. Pero no lo es por el coste del vehículo y las restricciones administrativas para no tener un tráfico caótico (que también): tener un coche en Tokio es un lujo porque es obligatorio tener una plaza de parking, unos pocos metros cuadrados con un precio tan astronómico que sí que suponen un auténtico lujo asiático (nunca mejor dicho). Por que se hagan idea de lo difícil que es disponer de un parking en Tokio ante la falta de espacio y suelo, son totalmente habituales los edificios con ascensor para coches, porque con él el constructor gana los preciados metros de más que ocupa una “lujosa” rampa del garaje.

También son usuales los parkings en altura, en los que una parcela inmobiliaria en superficie se dedica íntegramente a parking: su alta rentabilidad permite este arrendamiento o venta a automovilistas, que reporta unas onerosas ganancias comparables a las de un edificio de viviendas. Creo que, a estas alturas, ya tienen claro que el que tiene un coche en Tokio es de clase alta. Pues bien, para rendir pleitesía a esos automovilistas de clase alta que conducen por las calles de Tokio, por ejemplo, en los centros comerciales de distritos comerciales como el popular distrito tokiota de Shibuya, en la entrada de los parkings es habitual ver a un empleado cuyo trabajo consiste en estar ahí de pie todo el día, con el único cometido de hacer la educada genuflexión de rigor con una inclinación de casi 90 grados ante cada coche que llega al centro comercial y accede al mismo por la entrada al parking.

Un salario mensual íntegramente abonado por el centro comercial simplemente para honrar la jerarquía de la sociedad japonesa, y saludar debidamente a los clientes más adinerados. No sé si yo mismo calificaría este tipo de costumbres de clasistas, pero lo que es innegable es que revelan esa sociedad fuertemente jerarquizada que les describía al principio. El culto al cliente casi extremo que se profesa en el mundo empresarial y comercial del país nipón es otra buena muestra de hasta qué punto puede llegar esta estructura social y jerárquica tan extendida en Japón.

¿Es efectivamente la sociedad japonesa una sociedad fuertemente machista?

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Y entrando ahora ya de lleno en el tema de hoy del lugar que ocupa la mujer en la sociedad japonesa, lo anterior nos sirve de preámbulo para entender cómo se concibe el papel tradicional de la mujer en esta cultura, cuando además se le considera dentro de la relación marital como que está por debajo jerárquicamente del hombre, y mayormente a su servicio. El exponente social más conocido de este papel al servicio del hombre son las famosas Gheisas (o "Geikos" en japonés) que, al contrario de lo que la mayoría de la gente cree, no son ni mucho menos prostitutas de lujo, sino mujeres educadas en los más exquisitos modales para servir a sus clientes masculinos (y también en ocasiones a alguna femenina) y hacerles disfrutar de unas horas agradables con sus servicios, que no tienen por qué ser sexuales.

De hecho, en la inmensa mayoría de los casos los servicios de estas Geishas no son de carácter sexual, y menos aún en el caso de las Gheisas más valoradas socialmente, que llegan a ser auténticos iconos sociales, especialmente para las jóvenes educadas en la tradición japonesa. Efectivamente, las Geishas son mujeres al servicio de los hombres, y que cobran una muchas veces onerosa tarifa por ello. Las mejores Geishas son un lujo milenario transmitido de madres a hijas y que sólo unos pocos adinerados se pueden permitir. Son dos significativas caras de la tradición japonesa: Geishas altamente reconocidas socialmente, pero precisamente por saber estar con altos estándares al servicio de los hombres.

En el matrimonio la cosa es muy distinta… pero no conceptualmente. Sin que se espere de una esposa un nivel de atenciones exquisitas a la altura de las artes sociales de una Geisha, lo cierto es que se espera de una mujer que haga la vida de su marido lo más agradable que le sea posible. La mujer está al servicio del hombre y de su bienestar, y ello incluye por supuesto las relaciones íntimas, la cocina, la atención y educación de los hijos, el cuidado de la casa, y toda una suerte de tareas que en otros países desarrollados se consideraría claramente machista el hecho de encomendarlas en exclusiva a la mujer. Allí en general ni se plantean que pueda ser así, y la inmensa mayoría de la sociedad considera estos hábitos como parte de su cultura milenaria, de la que se sienten particularmente orgullosos.

Para ser justos con la sociedad japonesa, hay que decir que lo cierto es que los japoneses no son ni mucho menos la única cultura en el mundo (ni tan siquiera la que más) que hace del machismo una tradición cultural transmitida de padres a hijos (y de madres a hijas): hay culturas mucho más machistas en otros meridianos, que llegan incluso a institucionalizar extremos como ejercer la violencia física sistemática contra la mujer.

Y en todo este contexto del sol naciente, surge la necesidad de la mujer trabajadora

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La pregunta procedente en este punto es ¿Cómo es que en una sociedad tan machista se ha querido otorgar un renovado protagonismo a la mujer trabajadora? Pues hay que empezar por decir que la socioeconomía japonesa tenía una gran necesidad estructural de que la mujer se incorporase masivamente al mundo laboral japonés, puesto que éste requiere desde hace lustros de mano de obra a espuertas, especialmente en un contexto en el cual necesitan revitalizar su economía con mayor crecimiento económico tras décadas de languidecer a raíz del estallido de su burbuja económica en los 80. Esta terrible “crisis interminable” les ha traído a los japoneses literalmente décadas de casi permanente recesión económica, y de una destructiva deflación. Esta terrible deflación penalizaba fuertemente la economía, porque los ciudadanos retrasaban sistemáticamente sus decisiones de compra, ya que al mes siguiente éstas iban a ser deflacionariamente más baratas.

Incorporar al mercado de trabajo nacionales femeninas, con unos sueldos medios más bien altos según los estándares locales (especialmente si son mujeres japonesas y con formación superior), podía inyectar unos jugosos ingresos familiares a los hogares japoneses, y así contribuir a ese revulsivo económico que los dirigentes japoneses llevan buscando desde hace décadas. Además, está el tema del envejecimiento de la población activa japonesa, que es otro problema mayúsculo a abordar. Para suplir esta necesidad de mano de obra fresca, en Japón se ha barajado abiertamente la posibilidad de importar mano de obra masivamente de otros países abriendo las puertas (o las "Torii") a la inmigración, pero éste es un tema bastante tabú en Japón con muchas contraindicaciones políticas, porque consideran que la inmigración puede diluir su valiosa tradición cultural milenaria.

Realmente, la mujer media en Japón es una mujer educada y muchas veces con formación superior, a la que no se le niega per sé el derecho a trabajar. Pero en la práctica, lo cierto es que la vida de la mujer (y especialmente de la madre) trabajadora japonesa es muy muy difícil en el día a día, por no decir imposible. A las enormes dificultades por conseguir una de las escasísimas plazas de guardería, con listas de espera a nivel nacional que durante buena parte de 2018 superaron escandalosamente los 47.000 niños (aunque recientemente se han reducido, siguen siendo masivas), se añade el hecho de que se considera su obligación social sacrificar su carrera profesional y priorizar dedicarse a la casa y los hijos. Por ello, el papel laboral de la mujer es muy habitualmente a tiempo parcial o con severas restricciones en la dedicación a la empresa: no pueden entregarse al trabajo ni a su empleador con la misma devoción que sus equivalentes masculinos. Y la imposibilidad de esta entrega profesional y personal son palabras mayores, especialmente en un país donde la cultura al trabajo y la entrega total a la empresa son la norma exigida y exigible.

Como demostración de este aspecto de la cultura japonesa está el hecho de que un problema de salud nacional es el denominado como “Karoshi”, que es ni más ni menos morir por sobrecarga y por exceso de dedicación al trabajo. Todo ello impone en la práctica un infranqueable techo de cristal a la práctica totalidad de las mujeres japonesas que se aventuran en el mundo laboral, con la excepción de mujeres que en la mayoría de los casos han optado por no tener familia, con lo que su entrega a la empresa puede en estos casos ser equiparable a la de sus compañeros masculinos (con la salvedad de la dedicación al hogar y al marido en caso de que sí que lo tengan, pero que en todo caso allí es algo infinitamente más llevadero que una vida laboral con retoños). Y finalmente, por acabar de dibujar el panorama japonés en clave femenina, tampoco se puede pasar por alto la enorme dificultad económica actual que también entraña para un hogar japonés tratar de llegar a final de mes con un único sueldo familiar: sin las mujeres las cuentas no salen en Japón, ni a nivel macroeconómico ni a nivel microeconómico.

Pero… ¿Qué es y en qué ha consistido la mediática “Womenomics”?

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Y en este complicado contexto femenino social, laboral y familiar, surgió con fuerza esa “Womenomics” del primer ministro Shinzo Abe. La solución que ha querido ver el gobernante japonés a toda la compleja ecuación expuesta hasta aquí está ni más ni menos en que la mujer japonesa pueda trabajar más y mejor, y había margen para ello, porque tal y como revelan los datos de este estudio de la Universidad de Düsseldorf, la ocupación femenina japonesa estaba en 2013 (cuando Abe apostó por la “Womenomics”) más de 20 puntos por debajo de la masculina, una diferencia sensiblemente superior a la de otros países de la OCDE, a pesar de que la Ley de Igualdad japonesa en realidad tenía ya décadas de vigencia. Con el fin de acabar con esta situación socioeconómica, el primer ministro puso en marcha hace ya seis años un ambicioso plan para facilitar (y mejorar) la incorporación de las japonesas al mercado laboral nipón.

Una de las bases más fundamentales de dicho plan fue promocionar ampliamente las medidas de conciliación familiar en las empresas japonesas, cuya ausencia penalizaba mayoritariamente a las mujeres y su carrera profesional. Otras medidas abordadas en el marco de este plan, que para un occidental al uso pueden parecer a todas luces como evidentes e incluso de mera justicia social, iban desde ampliar y multiplicar los escasos servicios de guardería para las madres (y padres) trabajadores desregulando el sector y privatizándolo, hasta permitir a los hogares con padre y madre trabajadora contratar asistencia doméstica inmigrante de otros países asiáticos, un extremo que hasta el momento se reservaba en Japón como derecho sólo accesible a diplomáticos extranjeros y residentes expatriados desde terceros países.

Pero las medidas que resultaban más urgentes, por venir auspiciadas precisamente desde instancias estatales, fueron las que tenían como objetivo remodelar la política administrativa e institucional en su conjunto en lo que se refería a la igualdad de género. Las políticas vigentes hasta el momento en Japón increíblemente daban cabida, por ejemplo, a asimetrías de género como la tan polémica desgravación fiscal que estaba vigente para hogares con trabajador principal específicamente de sexo masculino, y que dificultaban (además injustamente) la incorporación de la mujer al mercado de trabajo: el salto salarial para la mujer debía ser al menos suficiente para justificar la merma de la desgravación familiar, y ello contando con que los salarios femeninos eran sensiblemente inferiores.

Bajo las nuevas medidas, también se implantaron sistemas de evaluación profesional basados en méritos que no discriminaban por sexo (ni por edad): era el “seika shugi”. Además, se trató de aumentar la diversidad (especialmente de género) en todos los estamentos empresariales. Ello potencialmente ayudaría a aumentar a un tiempo tanto la tasa de ocupación femenina, como la brecha salarial entre hombres y mujeres, puesto que también facilitaría la incorporación de la mujer a los puestos ejecutivos, un punto en el cual Japón puntuaba especialmente por debajo de la media de los países más desarrollados del mundo.

Especialmente este último punto, hacía que el papel laboral al que mayormente se veían relegadas las mujeres japonesas en el mercado laboral del país nipón fuese la de práctico reservorio de mano de obra extra, al que se recurría casi exclusivamente en caso de necesidad imperiosa. Esto ocurría cuando el mercado laboral se tensionaba, pero a la vez el empleo generado en estas situaciones coyunturales adolecía entre otros problemas de una alta temporalidad y de ser mayormente trabajo a tiempo parcial. En todo caso, y en un plano más general, la comparación era sangrante cuando las condiciones laborales del cónyuge masculino eran mucho más estables tanto en falta de precariedad como en mantenimiento en el tiempo, y además socialmente eran consideradas como las que había que preservar en tiempos de crisis.

En resumen, la “Womenomics” trató de promocionar como nunca antes la igualdad de género en el país, y de mejorar la tasa de incorporación de las mujeres al mercado laboral. Y trató de conseguirlo con una combinación de políticas y medidas que, por un lado, potenciaban los factores que hacían que una mujer se decidiese por empezar a trabajar (“Pull factors”), y por otro minimizaban los factores que hacían que las madres trabajadoras acabasen desistiendo y optasen por una vida exclusivamente de dedicación familiar, menos prometedora profesionalmente pero mucho menos complicada (“Push factors”). Y ahora, tras 6 años de “Womenomics”, toca evaluar qué se ha conseguido con ello.

¿Qué cambios tangibles ha traído esa “Womenomics” al Japón del siglo XXI?

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Hace un par de meses, la publicación económica Fortune, publicó un artículo que evaluaba los éxitos cosechados por Shinzo Abe y su mediática “Womenomics”. Como podrán leer, en el pasado foro de Davos, Abe alardeó de que el indicador que mide la participación de las mujeres en el mercado de trabajo se ha situado actualmente en máximos históricos, y ha mejorado hasta el 67%. Se trata de un honroso máximo histórico en Japón, y que además supera ampliamente la tasa del 57% de los EEUU por ejemplo. En el mismo sentido, la tasa de empleo femenina ha pasado del entorno del 68% en 2012 al entorno del 78% a finales de 2018. Sin duda esto es todo un logro, pero hay que ver ese incremento en qué tipo de empleo femenino se ha traducido, y en especial es su calidad tanto laboral como personal con políticas de conciliación no sólo sobre el papel de la oficina, sino sobre la mesa del comedor de los hogares.

Aquí, los datos que aportaba Fortune siguen siendo mejorables. Sin querer quitar ni un ápice de mérito a los avances conseguidos, hay que decir que las mujeres siguen suponiendo un porcentaje sensiblemente más alto de los asalariados a tiempo parcial, y Fortune resaltaba que siguen presentando retribuciones inferiores, peores condiciones, y unas carreras profesionales con mayores limitaciones. No obstante, sin querer en absoluto justificar de ninguna manera la situación, tras sólo cinco años de “Womenomics”, hemos de decir que los logros son muchos, pero que en sólo ese periodo no se podía aspirar a equiparar en gran medida unos salarios que en la práctica suelen ir de la mano de la estabilidad laboral y del trabajo a tiempo completo (aunque no debería ser así y venir en base a meros objetivos).

Pero los avances van más allá de las tasas de incorporación laboral, y entran en un plano mucho más serio y con mucha más proyección a largo plazo para los objetivos reales a conseguir, mucho más allá de la mera igualdad laboral. Según se explicaba en esta entrevista de la radio pública nacional de EEUU, en Japón además se está empezando a conseguir un cambio de mentalidad en los ciudadanos de a pie. Así, ha empezado a descender el porcentaje de japoneses que están de acuerdo con los roles de género tradicionales. Esperemos que esto se traduzca en unos trabajadores que vayan exigiendo la conciliación como una de sus aspiraciones laborales, y así induzcan a un igualmente necesario cambio de mentalidad también en las empresas.

No obstante, sigue habiendo indicadores alarmantes en los que la socioeconomía japonesa sigue presentando ratios muy inferiores a los de otros países desarrollados comparables. De hecho, por ejemplo, hace unos meses Reuters publicó un estudio basado en encuestas que arrojó el resultado de que las mujeres ocupan en Japón menos del 10% de los puestos directivos. Y de nuevo, otro no obstante idéntico (o incluso con más motivo) al anterior de por qué la equiparación salarial no ha progresado como debiera en estos cinco años de “Womenomics”: las carreras profesionales vienen igualmente de la mano de los puestos con mayor estabilidad laboral y del trabajo a tiempo completo, y además sólo se pueden evaluar en los plazos más largos, al menos mucho más que cinco exiguos años de recorrido laboral femenino y de cinco años de recorrido legislativo de la “Womenomics”.

La “Womenomics” se ha centrado inicialmente casi exclusivamente en fomentar en términos femeninos la incorporación de la mujer en el mercado de trabajo. Se han olvidado en sus inicios de que la otra parte fundamental de estas políticas, ya no sólo de igualdad de género, sino para el fin último de la equiparación laboral de ambos sexos es que el hombre tenga los mismos niveles y posibilidades de conciliación que la mujer. De esta manera no sólo se equipara legalmente la carga que para las empresas se supone que representan estas políticas, sino que además facilita también la participación del hombre en la vida familiar y en las tareas del hogar. Esta igualdad bidireccional es sin duda un punto clave en el que no sólo es justo alcanzar también una mayor equiparación entre padre y madre desde el punto de vista de unas mujeres que quieren alcanzar su igualdad (laboral), sino que es un punto igualmente clave para unos hombres que en muchos casos quieren alcanzar también precisamente lo equivalente: su igualdad (familiar).

Esto va mucho más allá de simplemente alargar el permiso parental del padre, y más en la conciliación del día a día y en reconducir esa cultura del trabajo que ha sido un poco llevada al extremo, y que si bien tiene sus beneficios socioeconómicos para las empresas, no es menos cierto que sus costes los pagan los más pequeños (y vulnerables) de los hogares. Y tengan en cuenta que las consecuencias no son sólo que echen de menos a sus padres: hay múltiples estudios que muestran un desarrollo cognitivo y social muy superior en los niños que pueden crecer disfrutando plenamente de su familia, lo cual, obviamente, en la mente de un niño incluye a su padre (en caso de que lo tenga). Porque un niño cuando más sufre por su padre es cuando sabe que tiene uno al que ni siquiera tan apenas ve, ya que los niños son inteligentes, y su conclusión lógica es su padre quiere al trabajo más que a ellos. Una percepción (cierta o no cierta) que ellos asumen y aprenden, y que perpetuarán con sus propios hijos cuando sean adultos.

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Es lamentable cuando los hijos apenas pueden disfrutar de unos padres (y viceversa) que están (casi) siempre trabajando hasta altas horas, y a los cuales obviamente echan de menos. Puesto que esta igualdad bidireccional de la que nada se habla es un derecho, aparte de femenino, también masculino (y familiar), que resulta ser una gratificante fuente por explotar en el país nipón de estabilidad emocional, de resistencia ante el estrés laboral y al “Karoshi”, de bienestar, y de satisfacción para unos hombres a los que, en realidad, también les puede gustar mucho (muchísimo) estar con sus hijos (salvo “esos” días que hay en todos los hogares, pero que los hay igualmente tanto para ellos como para ellas, y que, en todo caso, son inevitables de vez en cuando).

Pero el tema aquí es que, lejos de que la propaganda busque desesperadamente abrir otra brecha social con la que enfrentar a la sociedad, en realidad hombres y mujeres estamos en el mismo equipo, y debemos luchar juntos por los derechos familiares: sólo así tendremos garantía éxito, en vez de otra estéril confrontación social. Porque los hombres también pueden disfrutar implicándose en la crianza de los hijos, las mujeres también disfrutan viendo a unos padres que ejercen como tales, y por encima de todo porque los más pequeños se lo merecen, y tienen todo el derecho del mundo a disfrutar de ambos progenitores indistintamente: también si los padres son japoneses, por muy trabajadores que sean los dos, porque esa cultura del esfuerzo y del trabajo también hay que aplicarla a la familia (y con más motivos). Y esto es socioeconomía en estado puro, y esperemos que algún día sea también parte de su "Womenomics".

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