Dinero infinito, Japón entra en una nueva fase de su eterna crisis

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La situación económica japonesa resulta dramática en varios aspectos económicos (y socioeconómicos) más que relevantes. Los indicadores nipones llevan literalmente décadas sumidos en un contínuo y languideciente letargo económico, del cual ya no saben bien qué hacer para despertar. Primero fue un tímido e inaugural QE, y luego ya se pasó a la Abenomics, aquella masiva política de expansión monetaria que no ha conseguido gran cosa, e incluso, en algunos aspectos, más bien ha empeorado la situación. Y tras aquel fracaso, que no ha conseguido insuflar apenas pulsaciones en el electrocardiograma de este paciente en situación crítica, los ciudadanos se vuelven de nuevo hacia sus dirigentes exigiendo una respuesta a su lógico "¿Y ahora qué?".

Ya saben lo peligrosamente creativos que pueden llegar a ser los políticos cuando les exigen hacer algo de cara a las próximas elecciones, pero posiblemente ellos no sean los que tengan que lidiar con las funestas consecuencias a largo plazo de sus ocurrencias. Ahora Japón se propone imprimir dinero infinito, analizaremos hoy con ustedes si esto se trata de una nueva y peligrosa huída hacia adelante, o si por el contrario puede ser el bálsamo del tigre para todos los males que aquejan a la economía del sol naciente.

Japón era visto por muchos como la primera socioeconomía que tenía que mover ficha

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Japón sigue inmersa en una eterna resaca económica, consecuencia de la célebre y efervescente burbuja japonesa que pinchó a finales de los años ochenta, y en cuyo apogeo el terreno de tan sólo los jardines del palacio imperial de Tokio superó en valoración inmobiliaria a la del estado entero de California. A lo largo de las últimas décadas, el mundo entero ha podido asistir a cómo este país, si bien es obviamente una economía (muy) desarrollada, no ha sido capaz de levantar cabeza en términos macroeconómicos: es más, Japón presenta desde hace tiempo peligrosas asimetrías económicas que sólo van a más con el paso de los años, y que al final siempre acaban sondando nuevas profundidades. Como ya les hemos explicado en otras ocasiones, su máximo exponente es el nivel de endeudamiento estatal, que alcanzó la cifra récord del 234% del PIB el año pasado. Supone el mayor nivel de endeudamiento de un estado del mundo desarrollado.

Desde estas líneas Japón nos preocupa (y mucho). Primeramente porque atraviesa una agónica situación económica de la que no consigue deshacerse ni por activa ni por pasiva, a pesar de ser un país admirable en otros aspectos más allá de los meros datos macroeconómicos. Por otro lado, hay aspectos en los que Japón no es sino la punta de lanza del mundo desarrollado, puesto que se enfrenta el primero a unos problemas cuya tendencia ya se observa en otros países avanzados. Como muestra de nuestra tradicional preocupación por el país nipón, y del hecho de que lo que ocurra allí lo consideramos clave para lo que puede deparar el futuro a otras socioeconomías, no es la primera vez que les hablamos del caso japonés en estos términos. Sin ir más lejos lo hicimos hace más de un año en el análisis "No es tan fácil tirar dinero desde un helicóptero: alternativas de los bancos centrales para repartir dinero a los ciudadanos", o más recientemente en "El campo de pruebas a gran escala de la renta básica está inevitablemente en Japón".

Japón inevitablemente era la primera socioeconomía que tenía que mover ficha, y lo ha hecho mayormente porque allí piensan que no tienen alternativa. Ahora bien, lo que ya no está tan claro es si ha movido su rey a la casilla correcta, o si su jugada le ha colocado en situación de jaque-mate.

El porqué de que Japón sea tan decisivo para otros países desarrollados

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Por su situación económica, que en algunos indicadores clave viene mostrándose sensiblemente adelantada respecto a la que se pueden encontrar en un futuro otras economías avanzadas, Japón se ha venido viendo forzado a ser el primero en poner en práctica polémicas y drásticas medidas económicas. Estas medidas han sido consideradas por algunos como el único camino posible, mientras que para otros suponen un auténtico suicidio económico. El famoso Quantitative Easing fue una de ellas, con la que Japón inauguró literalmente la era las políticas económicas de bancos centrales más osadas y potencialmente peligrosas de los últimos tiempos. Pero Japón ha dejado meridianamente claro que el QE no va a ser ni mucho menos, ni su "innovación" más osada, ni la última.

Resulta obvio que el QE ha acabado siendo una forma indirecta de monetizar deuda, puesto que, aunque el camino actual tenga dos etapas, imprimir dinero para que los Bancos Centrales a su vez compren deuda soberana, al fin y al cabo viene a ser lo mismo que si el Banco Central pone en marcha la maquinita de imprimir billetes y se los entrega directamente al estado para financiar su presupuesto. No es (exactamente) lo mismo pero (a efectos prácticos) sí que lo es. El BoJ ha puesto en marcha esta medida porque, aunque sea de forma indirecta, lo que supone en la práctica es que la rentabilidad exigida a la deuda por los mercados baja (sube el precio de los títulos de deuda pública), lo cual redunda en unos costes de financiación sensiblemente más baratos para el estado. Por lo tanto, con este pequeño vericueto financiero, al fin y al cabo y en cierta manera, se está monetizando la deuda estatal (y potencialmente su déficit los casos en los que el estado de turno lo tenga).

¿Cómo va a implementar Japón exactamente su particular política de dinero infinito?

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El resultado de la masiva y desproporcionada Abenomics ha dejado un regusto amargo en no pocos operadores y dirigentes del país del sol naciente. Puede ser discutible que, por ejemplo, un efecto positivo podría ser que, efectivamente, la bolsa nipona ha experimentado una importante revalorización, que el yen se ha depreciado teóricamente favoreciendo las exportaciones japonesas, etc. Pero una cosa está muy clara: la macroeconomía japonesa sigue sumida en la letanía que lleva experimentando desde hace décadas. Lo pinten como lo pinten, a la vista de las promesas que se lanzaron al vuelo cuando se anunció la Abenomics a bombo y platillo, efectivamente podemos decir que esta política no ha cumplido sus principales expectativas (ni tampoco parte de las no principales).

Algunos dicen que, si no fuese por la Abenomics, Japón estaría en una situación todavía peor que la actual. Realmente ese extremo no lo sabremos nunca a ciencia cierta, pero lo único que tratamos de decir desde estas líneas es que, con determinadas políticas ultra-expansivas, se corre el riesgo de, en el largo plazo, acabar estando mucho peor de lo que habríamos estado en caso de no haber caído en manos de la Abenomics.

El hecho es que las asimetrías de Japón, como pueden leer en este artículo de Forbes, no han hecho sino exacerbarse notablemente con el QE a la oriental. De hecho, el Banco de Japón por ejemplo ha pasado a tener en balance un increíble porcentaje de los bonos estatales, que ya va por el astronómico 40% y con tendencia claramente al alza. También el Banco de Japón es el poseedor mayoritario de títulos de ETFs (Equity Traded Funds o Fondos Cotizados). Para poner el broche de optimismo malogrado, además los operadores del mercado aseguran que con este nivel de intervención (y posesión) del Banco de Japón en los mercados, éstos funcionan de manera muy deficiente. Y en su opinión la tendencia sólo apunta a que la situación siga empeorando. Así que con este panorama, ¿Qué creen que ha hecho el Banco de Japón?

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Como pueden leer en el enlace anterior, pues el Banco de Japón, ni corto ni perezoso, tras haber perdido la mano anterior tras un fallido órdago a la grande, va y se echa otro órdago en la siguiente ronda. Lo que ha ocurrido exactamente en términos financieros es que, dada la política declarada del BoJ de mantener una rentabilidad de los JGB (Japanese Government Bonds) pegada al 0%, cuando ésta alcanzó el 0,10% a pesar de sus compras masivas, la entidad declaró que estaba preparada para comprar en los mercados una cantidad "ilimitada" de bonos gubernamentales. El objetivo no es sino otro que hacer subir los precios de los JGBs, y así dar un respiro a las entidades del país y a sus carteras repletas de bonos nacionales (y de paso, como explicábamos antes, abaratar la financiación estatal).

Para entender lo anterior, deben recordar que, en deuda fija, la rentabilidad de un título se mueve en sentido contrario a su precio: es decir, si el BoJ compra bonos "ilimitadamente", por la ley de la oferta y la demanda su precio debe subir, y por lo tanto su rentabilidad debe bajar. Este mecanismo es así puesto que, si sube el precio de un bono, el cupón fijo que el estado le pagará por él a vencimiento al tenedor del bono supondrá una rentabilidad porcentual menor. Además también deben tener en cuenta que, tal y como también afirma Forbes junto a un servidor, comprar una cantidad ilimitada de bonos JGB a diez años, supone en la práctica imprimir una cantidad teóricamente ilimitada de yenes.

A lo que esta arriesgada política pseudo-experimental puede conducir

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Lo cierto es que, a lo largo de la Historia de la Economía, ha habido numerosos casos en los que la monetización de la deuda (o incluso del déficit si lo hay) -"debt monetized" o "seigniorage" como dicen los anglosajones- ha conducido a un desastre económico. Uno de los ejemplos más conocidos de un desastre hiperinflacionario es la malograda y convulsa República de Weimar alemana, que acabó arrastrando al mundo entero al desastre de la Segunda Guerra Mundial. Otro ejemplo, el más reciente que conozco, puede ser el de la hiperinflación sufrida por Zimbawe en 2007-2008, que acabó en niveles del 2.600% mensual (sí, leen bien, mensual), como queda explicado en el material de esta conferencia de la universidad de Harvard. Hay decenas de ejemplos más. Y sin embargo no hay casos que puedan servir de ejemplo irrefutable de que una monetización masiva de la deuda gubernamental puede acabar trayendo progreso económico y socioeconómico, como algunos predican tan alegremente sin aportar ningún caso realmente ilustrativo.

Parece que algunos olvidan que el papel moneda (lean "papel" con todo el énfasis que puedan) no tiene más valor que la confianza que sus portadores tienen en las políticas del Banco Central que lo emite. ¿Qué precio piensan ustedes que tendría el mismísimo oro si la Alquimia hubiese descubierto finalmente la perseguida fórmula mágica para convertir cualquier otro metal en preciado oro? Es decir, ¿Qué precio tendría el oro si de repente fuese infinito? ¿Cero verdad? Pues no acabo de entender cómo algunos dirigentes (y otros estamentos) piensan que no va a acabar ocurriendo lo mismo con cualquier papel moneda: pura y simple ley de oferta y demanda.

No les voy a negar que esta ley básica de la oferta y la demanda en otras ocasiones no se cumple, mayormente ocurre en mercados que muchas veces son distorsionados por estar fuertemente intervenidos o influídos por intereses creados. No obstante, lo masivo del mercado en el que se va a poner en práctica la temeraria medida del infinito denominado en yenes, hace que un servidor se incline por considerar la hiperinflación como consecuencia potencial de esa oferta de yenes sin control. El BoJ además cuenta con el agravante de que pretende abiertamente financiar claras y conocidas asimetrías económicas, lo cual hará que estas asimetrías acaben siendo igualmente insostenibles (si no lo son ya).

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El riesgo obviamente está en que la declaración de intenciones de oferta de dinero infinito acabe materializándose en la práctica con un bombeo de liquidez por unos importes que sean masivos, llegando más allá que el fallido QE a la japonesa. Y a lo que se arriesgan es a que, ni más ni menos, están abriendo la ventana de probabilidad a un futuro en el que podamos acabar viendo cómo el valor del papel moneda impreso descontroladamente acabará siendo tan cero como infinitos los ceros que tendrán que acabar imprimiendo en cada billete. Les aseguro que, llegados a este punto de temeridad económica a la desesperada, lo que más desea un servidor es estar totalmente equivocado. Por el bien de todos, y por todo lo que el sintoísmo quiera, estar equivocado sería un gran motivo de celebración salmón en esta casa.

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