La propuesta de que los robots financien las pensiones por fin ha llegado al Pacto de Toledo

La propuesta de que los robots financien las pensiones por fin ha llegado al Pacto de Toledo
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Esta misma semana se supo que el Pacto de Toledo estaba a punto de alcanzar finalmente un esperado acuerdo, tras dos años de intensas negociaciones entre todos los grupos. Presionados hasta el extremo por la súbita convocatoria electoral, dicho acuerdo se iba a someter a una votación de urgencia, a fin de que pudiese estar en el pleno del Congreso la próxima semana, antes de su disolución por las elecciones: todo apuntaba ya a que iban a ser los diputados los que iban a tener la última palabra (o bit). Porque la gran novedad del texto es que dejaba la puerta abierta a que los robots paguen cotizaciones sociales.

Con toda la razón, muchos ciudadanos están profundamente preocupados por su futura pensión. Ahora ven con alivio cómo por fin está sobre la mesa esta propuesta, que desde estas líneas fuimos los primeros en hacerla hace algunos años, en lo que muchos consideran una estación final. Están muy equivocados. Primero que todavía no hay nada seguro, y aunque esta propuesta acabase saliendo adelante, esto es tan sólo el principio, y lo difícil de verdad es ahora cuando empieza. España puede ser pionera en uno de los retos más importantes de toda la Historia Económica de la Humanidad, y no, ni todo es blanco, ni todo es negro en este tema: simplemente todo brilla con destellos metálicos de carcasa de robot.

Desde Bill Gates hasta la Comisión Europea coincidieron en la idea, pero la idea la propusimos la primera vez desde estas líneas

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No les voy a negar que, para un colaborador vocacional como un servidor, resulta tremendamente satisfactorio el haber analizado un problema sistémico, haber dado con una posible solución a desarrollar, haber sido el primero en publicarla en un (este) medio, y haber visto cómo luego a nivel mundial reconocidas instituciones y figuras del primer nivel tuvieron después esa misma idea. Es gratificante, pero no lo es porque un servidor necesite reafirmarse a través de terceros, en absoluto, sino que lo es porque por fin parece que se ha tomado en serio la que posiblemente es la única salida hoy por hoy al tremendo problema que supone la sostenibilidad de las pensiones en un entorno de decrecimiento poblacional, para el que nuestra economía no está diseñada. Ahora bien: ustedes tampoco se podrán quejar de la calidad, la creatividad y las ideas realmente innovadoras de nuestros análisis.

Lo gratificante y satisfactorio tan sólo viene por albergar la esperanza de que el problema pueda acabar resolviéndose, y se aleje el fantasma de pensionistas trabajando a los 90 años por salarios de miseria, o de jóvenes sepultados por impuestos y cotizaciones para que sus contribuciones den de sí para pagar las numerosas pensiones de sus mayores. La imagen es como para quitar el sueño a cualquiera, y de hecho a mí me lo quitó hasta que creí dar con una posible solución, cuya eficacia y sostenibilidad ya depende en este punto más bien de cómo de bien (o de mal) se traduzca la idea en legislación. Nunca menosprecien la capacidad de algunos de nuestros políticos de pervertir una iniciativa inicialmente buena.

Pero no me acusen aquí de tener la feliz idea y ya desentenderme de la misma, pasando la “patata caliente” a los políticos de turno. Como les decía, esto es netamente vocacional para un servidor, y como tal contribuiré en éste (y en otros temas) allá hasta donde el sueño me lo permita. Bien saben los habituales de este medio que dedico las horas que no tengo y largas noches en vela a compartir con esta valiosa comunidad mis modestas opiniones e ideas, que tan sólo son las de un miembro más.

Desde aquí tratamos de tutelar nuestra idea allá por donde circula, tanto para mejorarla y llevarla a cabo con éxito, como para descartarla si alguien consigue justificar debidamente que no tiene sentido. Y como demostración de que efectivamente desentendernos no nos desentendemos, y de que participamos allá donde surge la posibilidad, además de haber escrito recurrentemente acerca de este tema, también hemos incluso mantenido interesantes debates sobre ello con economistas de la talla de Daniel Lacalle, como pueden leer a continuación.

Meramente a modo de recordatorio, les expondré aquí brevemente algunos de los principales argumentos de aquel interesante debate con Lacalle. De la misma manera que en los mercados rentabilidades pasadas no aseguran rentabilidades futuras, en tecnología y mercado laboral lo beneficioso de revoluciones tecnológicas pasadas tampoco tiene por qué asegurar lo beneficioso de las futuras.

Primeramente, al espectro de avances tecnológicos posibles es tan grande que decir que, por el mero hecho de serlo, todos serían 100% beneficiosos es como poco aventurado. Y realmente no podemos ni siquiera predecir exactamente todos y cada uno de los avances tecnológicos que se acabarán imponiendo, ni aun teniendo profundos conocimientos técnicos y de mercado: muchas veces ni siquiera se impone la mejor opción. Realmente, era muy difícil presagiar en los noventa el advenimiento de las redes sociales, por no decir que ya era delirante siquiera imaginarse aplicaciones totalitarias como el terrible crédito social chino que tristemente ya es una realidad (aunque algunos nos aproximamos mucho). Incluso la bomba atómica mismo es fruto del progreso tecnológico, y no tiene por qué considerarse por ello que ha traído algo netamente bueno a nuestro mundo.

Sin poder todavía preverlo en todo su alcance día de hoy, puede que tengamos por delante una nueva tecnología muy disruptora, pero que ponga en grave riesgo nuestros sistemas. Tampoco se debe caer en ser catastrofistas ni retrógados con la tecnología; de hecho, un servidor es un gran defensor de la innovación y del progreso tecnológico, pero de ahí a asumir que toda tecnología es buena per sé.. hay un insalvable trecho. Ese extremo sólo nos llevaría a no poder ver los peligros que asoman en el horizonte de un futuro siempre impredecible. No proponemos frenar el progreso tecnológico; todo lo contrario: lo que digo es que hay que anticiparse a él en la medida de nuestras posibilidades. Sólo así podremos tratar de transformar esos riesgos potenciales en algo que acabe siendo beneficioso para el conjunto de la sociedad, y que sea fuente de progreso verdadero.

Nadie puede discutir que la robotización de nuestras economías es el cambio tecnológico y socioeconómico más disruptivo de la Historia, lo cual no hace sino aumentar la ventana de incertidumbre que abre ante el futuro. Debemos por ello ponernos en modo trabajo a diseñar todo lo que podamos ese futuro desde el presente. Aunque es humano aferrarse a lo conocido por mucho que éste zozobre, no tiene mucho sentido comparar con cambios tecnológicos anteriores (varios grados de magnitud por debajo de la robotización masiva), para proyectar lo que se nos viene encima en esta ocasión. Se hace acuciante la necesidad de anticiparse para transformar para bien el cambio que la robotización trae bajo el brazo, y poner coto al riesgo cierto de que pueda tirar abajo el sistema laboral y socioeconómico, aunque sea (supuestamente) sólo en el corto y medio plazo. Debemos trabajar para dar forma al cambio de paradigma socioeconómico desde el enfoque más ambicioso, y así afrontar con unas mínimas probabilidades de éxito este colosal desafío para toda la Humanidad.

El porqué de que no hubiese que tachar automáticamente esta idea de la lista de posibles soluciones (por el momento)

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El futuro robótico que se nos viene encima es ciertamente inevitable, y el progreso tecnológico no se va a poder parar de ninguna de las maneras (Asimov vele por nosotros). Así que hay autores que ya se posicionan como partidarios de proteger directamente a los trabajadores, en vez de a los trabajos. La filosofía de esta idea coincide plenamente con aquella que ya planteáramos nosotros por primera vez sobre las cotizaciones sociales y los robots.

Posteriormente, otras instituciones y personalidades de primer nivel propusieron la misma idea, y vimos cómo las mismísimas instituciones europeas hicieron una declaración de intenciones al respecto (aunque se quedase finalmente en nada). Posteriormente, también vimos cómo el propio Bill Gates proponía ya exactamente la misma idea de robots cotizantes. Y ahora llega lo del Pacto de Toledo.

Pero hoy teníamos que darles una noticia buena y una mala. La buena es que, como les decíamos, nuestra propuesta ha llegado a la mesa del Pacto de Toledo. La mala es que en este foro finalmente todo saltó por los aires, y no se alcanzó el ansiado y vital acuerdo. En el último momento y sin previo aviso, cuando ya parecía que todo estaba acordado y "requete-acordado", Unidos Podemos se descolgó del consenso acabando por levantarse de la mesa de negociaciones (los motivos que aún no han trascendido totalmente), y dejando así el esencial Pacto en un escenario desastroso. Ni las fuentes mejor conocedoras de los entresijos de este foro pueden asegurar ahora qué pasará a partir de este momento, ni qué será finalmente de lo que sigue siendo un mero borrador de trabajo. Esto es especialmente poco halagüeño con los meses "al ralentí" y la incertidumbre que abre la cita electoral que tenemos por delante.

Este borrador de acuerdo del Pacto de Toledo decía literalmente: "Si la revolución tecnológica implica un incremento de la productividad, pero no necesariamente un aumento del empleo, el reto pasa por encontrar mecanismos innovadores que complementen la financiación de la Seguridad Social". No obstante, la puerta al tema de hoy está pues claramente abierta (la mera mención anterior así lo confirma). Aclarar simplemente en este punto que el Pacto de Toledo es un foro temático que pretende abordar y acordar medidas para asegurar la futura sostenibilidad del sistema de pensiones español. En él mayormente participan los mismos partidos políticos presentes en el Congreso de los Diputados.

Efectivamente, ya que es totalmente inviable retener los trabajos por mucho que los protejamos, parece que la solución podría estar en cambiar de estrategia, y pasar a centrarse en tratar de proteger lo único que verdaderamente podemos proteger: a los ciudadanos. Es la única manera que a un servidor se le ocurre para que el sistema siga siendo sostenible, sin necesidad de entrar bulldozer en puño a realizar una reforma radical demoliendo el sistema, lo cual entraña otros muchos riesgos posiblemente iguales o peores que el de las propias pensiones.

Parece que todo apunta a que la idea, al menos como idea, es digna de consideración y de plantearse desarrollarla seriamente: otra cosa serán ya las dificultades a las que nos enfrentemos al tratar de hacerlo, y cómo las superemos. Ahí ya, me temo que poca responsabilidad será del que suscribe.

No canten victoria pensionista antes de tiempo: esto ha sido sólo el principio de un escarpado pedregal

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No cometan el error de pensar aliviados un inocente "ya lo estamos consiguiendo". Realmente, lo único que tenemos es una puerta que se ha abierto. Por delante tenemos un largo camino político, legislativo y finalmente técnico-filosófico. Sí, han leído ustedes bien: técnico-filosófico. No crean que toda la secuencia anterior va a ser un camino de rosas. Todo lo contrario: va a ser un auténtico pedregal en el que tropezaremos piedra tras piedra. En ese camino la humanidad se va a enfrentar a cuestiones trascendentales, que incluso van a poner en entredicho el concepto de inteligencia humana y de vida inteligente. Al final de ese sinuoso camino, puede que ya ni nosotros mismos sepamos bien quiénes somos (ni tampoco los seres sintéticos).

La realidad es que los robots como tales ya llevan con nosotros unas cuantas décadas. Porque... ¿Qué es realmente un robot? Pues la definición más popular es que es un elemento mecánico que se mueve por sí mismo con cierta inteligencia. Pero una definición más visionaria y más pragmática debería eliminar la obligatoriedad de la condición meramente física, especialmente procedente en la era de los bots sociales, la inteligencia artificial, el deep learning y los mundos virtuales.

Si a lo anterior añadimos la vertiente laboral, por la cual un robot es un elemento no humano que desempeña trabajo, el asunto empieza a estar meridianamente claro, y ciertos tipos de software pueden llegar a tener también la consideración de robot. Y ahí las disquisiciones legislativas y tecno-filosóficas ya son mayúsculas: ¿Qué software paga cotizaciones sociales y cuál no? Y lo que resulta mas inexcrutable ¿En base a qué parámetro se cotiza de manera justa y equitativa? Pero más allá de estos retos (y otros que vendrán), el problema esta vez no han sido unos robots que en realidad llevan con nosotros desde los años 70 y 80: lo que ya hecho que esta vez aquello de "This time is different" sea verdad es que los nuevos robots están llegando en masa. Lo han hecho al calor de la evolución tecnológica exponencial, y prometiendo fuertes ondas sísmicas en los mercados laborales.

Pero aquí no vamos entrar en debates eternos, ni a vaticinar lo que no sabemos ni podemos saber: no les vamos a decir ni que los robots nos van a quitar el trabajo, ni que los robots van a crear más trabajo aún. Simplemente les decimos que nadie, absolutamente nadie, sabe a ciencia cierta si va a ocurrir lo uno o lo otro, con el agravante cierto de lo masivo de la nueva ola de disrupción que ya estamos surfeando. Además, tengan en cuenta que la robótica ya está yendo mucho más allá, y aunque muchos no pudieran ni imaginarlo hace tan sólo unos años, hoy ya hay tecnología por la que existen robots que optimizan y diseñan otros robots sin necesidad de humanos, o robots que aprenden autónomamente unos de otros gracias a la Internet más robótica. ¿Sorprendidos? Esto es el futuro: lo de impredecible lo lleva en el ADN (o debería decir ya en el bit-noma).

Para que la ola no nos engulla si acaba de romper, debemos ponernos a trabajar desde ya, y estar preparados también para un escenario de "robots para todo". La puerta abierta por el Pacto de Toledo para las pensiones es un paso en la dirección correcta. Aquí no somos ni "fiscalicidas" ni "libremercadópatas", y nunca nos hemos decantado en debates estériles, que pretenden dar pretenciosas recetas perennes que acaban siendo más caducas que un haya en otoño. Aquí somos de analizar concienzudamente caso por caso, y dar la razón a quién la tiene en cada ocasión.

Pero hay otro importante escollo a superar en un mundo mayormente globalizado. El tema de hacer cotizar a los robots no puede ser de "cada cual que haga lo que quiera". Lamentablemente, y de ahí su otra gran dificultad, es un tema de "o todos o ninguno": en caso contrario, el que implemente esta solución caerá en una clara desventaja competitiva frente a los paraísos fiscales de robots. Efectivamente, es un reto global, pero la buena noticia es que es igual de global que el reto de la sostenibilidad de las pensiones en un entorno de envejecimiento poblacional (casi) planetario.

Sin ir más lejos, se enfrentan a ello países como EEUU, Europa, Japón, Rusia, o incluso China, y en algunos como Rusia los tintes empiezan a ser especialmente dramáticos. Puede que estas decisiones globales sean muy difíciles de alcanzar, pero igualmente difícil se veía instaurar un sistema de cotizaciones sociales hace unas cuántas décadas y, no sólo se hizo, sino que el modelo se generalizó a todos los países del mundo. A retos globales, soluciones globales. Para algo somos todos seres humanos (perdón por los sintéticos).

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Siempre es arriesgado ser los primeros en un tema así, porque nos exponemos a quedarnos en solitario con lo que acabaría siendo la clara desventaja competitiva que decíamos antes. Estamos literalmente valorando lanzarnos a dar a luz una nueva legislación totalmente innovadora, y que además se adentra en terreno peligrosamente desconocido (e imprevisible). Pero alguien tiene que ser el primero en lanzarse a la piscina, y si los demás no nos acaban siguiendo, siempre podemos optar por volver a subir a la embarrada orilla.

En este caso concreto, no parece haber mayor peligro en una posible marcha atrás, y, a falta de un análisis más detallado, mayormente parece que simplemente nos quedaríamos como estábamos (insostenibles, claro). Pero hay probabilidades reales de que hagamos historia y los demás nos sigan: no olviden que nuestra propuesta soluciona un problema grave a (casi) todos los países. España puede innovar situándose en el pelotón en cabeza. El reto es mayúsculo, y esto tan sólo acaba de empezar, pero no hay otra: la alternativa de no hacer nada es todavía (mucho) peor.

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