Actualmente nuestras socioeconomías siguen inmersas en una fase monetaria caracterizada por seguir narcotizando a los agentes económicos, tratando de barrer debajo de la alfombra las abisales e insostenibles asimetrías que dejó tras de sí la funesta Gran Recesión (pasaremos un necesario velo por la relajación monetaria adoptada recientemente para combatir la crisis del Coronavirus, para cuya gestión ya hemos aportado desde aquí nuestras recetas económicas). Esto sigue siendo un tema sistémico a más no poder, por mucho que haya quedado "camuflado de lagarterana" simulando el discurrir de un nuevo ciclo económico que en realidad sólo ha sido una segunda fase del fin del anterior, que fue más bien un cierre en falso.
Una de aquellas asimetrías que nos han quedado en el ficticio mar de monetaria tranquilidad, en el que nos han sumergido a base de liquidez, han sido los generalizados pero anómalos tipos cero o incluso negativos, esos gracias a los cuales invertir y arriesgar su dinero puede llegar a costarle al inversor parte del capital invertido como norma pre-establecida. Pero el capital no entiende de anomalías, ni de errores sistémicos, ni tan siquiera de espíritu de sacrificio por el bien común. El capital, por su propia naturaleza, eenteniende sólo de retorno de la inversión, y su paciencia se ha acabado. Los ricos ya están hartos de los tipos negativos, no llevan intención de seguir soportándolos pasivamente, y están pasando a la acción: las consecuencias de sus movimientos de dinero pueden acabar afectándonos a todos de un modo u otro.
De la Gran Recesión a los tipos negativos fueron tan sólo unos cuántos trimestres
La Gran Recesión fue tan sólo el primer capítulo de una auténtica crisis sistémica en la que estamos inmersos, y en la que el capitalismo deberá reinventarse y ser refundado si pretende sobrevivir como sistema socioeconómico. El capitalismo debe volver a su esencia más idealista, devolviendo sus mieles más dulces a ese ciudadano medio del que nunca debería haberse apartado. Y esa dañina Gran Recesión dejó todo un reguero de consecuencias socioeconómicas, con populistas y autócratas tomando el poder al calor de una democracia que muchos en Occidente ya empiezan suicidamente a no verla como una esencia política a preservar.
Una de las múltiples asimetrías económicas que dejó tras de sí aquella funesta crisis subprime (por la que realmente nadie ha pagado realmente salvo algún "cabeza de turco" aislado) ha sido la era de los citados tipos negativos, esa desequilibrante anomalía monetaria que persiste hoy por hoy, como demostración fehaciente de que esa Gran Recesión no es ni mucho menos un capítulo cerrado. E indudablemente esta situación monetaria se trata efectivamente de una seria anomalía, por mucho que algunos traten de normalizarla, porque unos tipos negativos implican que no hay retorno por una inversión, sin retorno ninguna inversión es rentable, sin inversión rentable el capital huye despavorido, y sin capital la economía literalmente no funciona.
El odio al capital de aquellos que, cuando éste huye, acaban tratando de seducirlo o se limitan a hacer sufrir penurias económicas al pueblo
La relación de amor-odio que algunos sectores político-sociales mantienen con los grandes (y también con los pequeños) capitales nunca sobrevive intacta a la huída de éstos que siempre acaba sobreviniendo. Porque lo que hay seguro es que no hay frontera impermeable a un buen fajo de billetes, y el dinero siempre encuentra un recuelo o un agujero en la verja por el que huir hacia destinos más seguros y rentables. Y eso cuando los poderes políticos más enfervorizados contra el capital no acaban conchavándose con él por la puerta de atrás, mientras siguen vendiéndole al pueblo el saciar la sed de venganza que ellos mismos le inocularon, para rentabilizarla oportunistamente con una buena dosis de votos y de poder (anti)económico.
Pero esa huída no resulta siempre fácil, y, incluso en caso de que traten de secuestrarlo entre fronteras populistas a golpe de edicto absolutista, en vez de ofrecerle un país con crecimiento y buenas perpectivas económicas, el resultado tampoco acaba resultando mucho mejor. Esto es así porque, una vez que el capital y la socioeconomía son condenados al rodillo del totalitarismo socioeconómico, este capital tan sólo va menguando, perdiendo paulatinamente capacidad de inversión, carcomido por una hiperinflación que siempre acaba llegando, y al final acaba perdiendo incluso su esencial capacidad de mantener en movimiento la actividad económica. Y el gran error de los estados económicamente totalitarios es que ya están tan acostumbrados a dictar sobre la vida de sus ciudadanos, que creen que hacerlo sobre el capital va a ser igualmente efectivo, y que los inertes billetes son tan sumisos como las voluntades apaleadas.
Y no, puede que los ciudadanos sean capaces de soportar una catástrofe socioeconómica y el derrumbe de su economía sin conseguir hacer una revolución contra sus dictadores, pero no ocurre así con los capitales, que son cobardes por naturaleza, y huyen en cuanto la incertidumbre y la inseguridad socioeconómica pasa a reinar. Saben perfectamente que, si no huyen, la incultura económica de los totalitarios socioeconómicos siempre les acaba haciendo perder hasta su condición de capital de inversión. Y nos guste o no, el capital es necesario de alguna manera, y su huída nunca es una buena noticia, por mucho que en algún caso también pueda llegar a ser fruto de una lucrativa e intolerable especulación salvaje.
Pero aparte del totalitarismo económico más dictatorial, no son sólo las totalitarias las políticas socioeconómicas que pueden hacer que el capital ponga “los pies en polvorosa”. Sin llegar a ser auspiciadas por un dictador como tal, hay otros caldos de cultivos monetarios que pueden acabar produciendo también la huída de capitales, especialmente cuando se trata de políticas monetarias o fiscales que, sin ser totalitarias, son ciertamente dañinas en algún grado para la inversión, y que pueden acabar induciendo igualmente un efecto huída más fuerte cuanto más se alarguen esas políticas en el tiempo. Los tipos negativos están empezando a hacer las veces de uno de esos caldos de cultivos anti-capital, ya que, a pesar de que el capital los ha estado asumiendo estoicamente durante ya varios años, el tiempo y la paciencia se están agotando…
Y ahora va y nos llega el Coronavirus y una (esta vez sí) inevitable relajación monetaria ante una situación de auténtica emergencia económica. Ya les avisamos hace unos cuántos meses cómo a los Bancos Centrales no les iba a dar tiempo a recargar sus armas monetarias antes de la próxima gran crisis… Y ésta ya está aquí cogiéndonos sin apenas munición como les anticipamos desde estas líneas.
Los tipos negativos también están empezando a producir huídas de capitales… incluso en la bancaria y “capital-friendly” Suiza
Pero ante la mayor parte de estas otras huídas de capital provocadas por la represión financiera de los propios Bancos Centrales, en vez de castigarlo con eternizantes tipos negativos, lo que habría que plantearse más bien qué habría que hacer verdaderamente para que el capital no quiera huir, en vez de acabar erigiendo barreras financieras y fiscales para evitar por la fuerza que lo haga. Ya analizamos este tema en el pasado, y nuestras propuestas pasaban por aumentar la velocidad de dinero (no sólo su mera inyección en el mercado), además de promover entre los agentes socioeconómicos que éstos volviesen a confiar en el sistema, para que así volviesen a verlo como propio y como un sistema que les beneficia (incluida la poderosa y estabilizante clase media, que tan vapuleada está desde hace unos años).
Y lo cierto es que la clave del éxito ante estas dañinas huídas de capital pasa necesariamente también por favorecer que éste de nuevo insufle actividad económica en nuestros sistemas, generando a su vez más capital que debería ser canalizado de nuevo en alguna medida hacia el pueblo y sus salarios (un punto que en la última recuperación no se ha producido a tiempo, con unos salarios languidecientes durante buena parte del ciclo de crecimiento económico). Esto es precisamente lo que haría revivir a ese capitalismo popular que nunca debería haber perdido su apellido más sostenible: desde aquí ya abogamos desde hace tiempo por que hay que refundar un capitalismo que ha perdido su esencia más idealista.
Pero lejos de finalizar, la represión financiera lleva instalada entre nosotros desde hace años, y sólo amenaza con eternizarse más aún, motivo por el cual el capital ya ha empezado a emprender la huída desde los propios países desarrollados, e incluso desde la propia Suiza**, un país conocido tradicionalmente por respaldar incondicionalmente al gran capital** incluso tratando legislativamente como un tema de seguridad nacional los secretos bancarios (aunque teóricamente los ha eliminado, sigue caracterizándose por la reinvención de la opacidad). Suizos ha hecho de la banca no sólo su industria nacional, sino una de las razones de su existencia: siempre ha tratado de seducir y de atraer a capitales de todo el mundo, sin ni siquiera obligar a preguntar por su procedencia, sino tan sólo por su destino (ya pueden adivinar qué tipo de capitales acaban siempre por aquellos lares).
Los bancos suizos están reconociendo que multitud de sus clientes están solicitando retirar grandes cantidades de dinero de las cuentas bancarias radicadas en el país helvético. Y parece ser que buena parte de los motivos por los que lo hacen es porque, ante los tipos negativos que también en Suiza se han impuesto desde hace unos años, los bancos mayormente ya cobran a sus clientes por tener depositado el dinero en las entidades (en vez de abonarles un interés por tener y diponer de su dinero), de la misma manera que el Banco Central Suizo les cobra a los bancos por depositar su dinero en sus facilidades de depósito. La pregunta que procede ni más ni menos es ¿Y a dónde se están llevando los millonarios mundiales el dinero que están sacando de las cuentas suizas? ¿A otro país con tipos rentabilizables? Pues no, de hecho en algunos casos el dinero no se va muy lejos, y ni siquiera sale de las propias fronteras suizas.
Los ricos clientes se revelan y pasan a la acción, buscando nuevos tiestos donde florecer
Dado que lo que tiene un coste que se está repercutiendo a los clientes bancarios es el depósito del dinero en el banco, lo que hacen los clientes es sacar el dinero y guardarlo ellos mismos. Así de fácil: algunas pocas veces la economía es simple a más no poder (la práctica totalidad de las veces es compleja al extremo, con múltiples derivadas). Y no es que en todos los casos los millones de francos suizos acaben debajo del colchón (en algún caso seguro que sí que lo harán), pero la realidad es que todos los clientes que retiran fondos los estarán guardando en algún lado mínimamente seguro, como debajo de la baldosa hueca de la cocina, en cajas fuertes en su casa, en alguna caja de seguridad en los propios bancos o en empresas especializadas (un negocio boyante en Suiza ahora mismo), o donde quiera que no se traduzca en un apunte en cuenta que acabe resultando en un impuesto revolucionario por el mero hecho de tener liquidez.
Como bien informaba la CNN en el enlace anterior, realmente los bancos suizos son perfectamente conscientes de que cobrar a sus clientes supone muy mala imagen ante ellos, y por lo tanto contemplan la medida como “de último recurso”. Antes de verse forzados a adoptarla para no perder dinero con su cliente en vez de ganarlo, y tener que repercutirle a éste los gastos que su liquidez le genera al banco, tratan siempre de negociar y de ofrecerle opciones que salven la situación. Así, le proponen al titular de la cuenta diversas fórmulas de inversión, productos alternativos líquidos y de bajo riesgo, o cualquier otra fórmula que evite tener la liquidez en cuenta, que evite la penalización de la facilidad de depósito del Banco Central Suizo, y que permita al banco obtener algo de rentabilidad con el dinero de su cliente para no incurrir en pérdidas por ser el custodio de su dinero.
Pero los costes repercutidos resultantes no son en absolutos residuales. La CNN explicaba cómo el emblemático Credit Suisse anunció públicamente que cobraría a sus clientes un nada desdeñable 0,75% del total depositado para cantidades que superasen los 2 millones de euros (lo cual es una cantidad fácilmente superada por el perfil medio de acaudalados clientes de la banca suiza): es decir, la comisión en la práctica puede ser generalizada. Y la otra gran pregunta obvia es: ¿Y por qué un país como Suiza, que vive de sus bancos y del dinero que otros sacan de terceros países, tiene tipos negativos y cobra por la facilidad de depósito? ¿No podría como estrategia nacional mantener otra política de tipos, especialmente cuando su economía no está realmente en apuros graves?
Pues aquí ya entramos como colofón final en lo más complicado de este tema, y que es la economía global. Por mucho que Suiza viva de sus bancos y de atraer dinero de terceros paises, por mucho que su economía tenga una buena forma, por mucho que sus ciudadanos disfruten de un elevado nivel de vida, por mucho que sus salarios sean muy altos según los estándares europeos medios, por mucho que todo eso, al final, Suiza vive en la aldea global, y además rodeada por la superpotencia europea. Así, Suiza ve cómo su divisa fluctúa frente al Euro y otras monedas internacionales según estas condiciones monetarias (entre otros factores), y al hacerlo se determina en buena medida el desempeño de su economía, pudiendo incluso entrar en recesión como consecuencia de que su divisa se aprecie en exceso, ya que entonces sus exportaciones se ven seriamente impactadas.
Y por el otro lado, al Banco Central Suizo tampoco le interesa en absoluto que su divisa se deprecie frente a las principales monedas mundiales, puesto que son nuestros acaudalados nacionales (de la procedencia de algunos de estos fondos en ciertos casos mejor hablamos otro día) los que guardan su dinero en los bancos suizos, pero siguen viviendo en su país de origen. Así, imaginen la gracia que les puede hacer acumular varios millones de euros y ponerlos a salvo del fisco en Suiza, o incluso lograr reunir dinerito ”dura y concienzudamente” ganado con un 3% acá y otro allá, para que luego el franco suizo se deprecie y pierdas buena parte del “sudor de tu frente” (bueno, en ciertos casos de la frente de otros). Así que supongo que ahora entienden el porqué de que el franco suizo sea y mantengan como una de las monedas más estables del mundo. Esta estabilidad también es parte de su negocio nacional.
Así que Suiza se ha visto arrinconada entre el pelotazo de su negocio nacional, que en realidad es el de sus clientes, y no está teniendo más opción que darles a ellos ese pelotazo y cobrarles por los gastos que les ocasiona su abundante liquidez. Pero claro, aparte de que los colchones suizos van a estar más mullidos que la piscina acorazada del Tio Gilito, las entidades suizas deben resignarse a ver huir parte de su liquidez, y esto podría llegar a suponerles un problema. Si bien es cierto que en el corto plazo y tan cortoplacistamente las entidades suizas están viendo la huida de la liquidez en parte como una reducción de costes, no es menos cierto que “Cash is King”, y que en algún momento el lema del inversor más experimentado puede recobrar toda su vigencia con la máxima crudeza, y entonces las entidades a las que cualquier cisne negro les coja sin liquidez pueden acabar viéndose en serios apuros… Porque para entonces a saber dónde estará el dinero huído de sus clientes, si bajo el colchón o en las Islas Caimán… Suiza vive en el mercado global para todo (y como todos), y el plan de contingencia ante este tipo de situaciones de falta de liquidez sí que debería ser su secreto nacional mejor guardado, especialmente en estos tiempos convulsos a golpe de Coronarvirus… Que ya acabaremos viendo cómo acaba el virásico asunto (y si no es el virus, será el siguiente cisne negro que nos venga a visitar)…
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