La Socioeconomía contrataca frente al Coronavirus: tecnología espacial para que ayudes a investigarlo desde tu casa

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Para nuestra propia desgracia, parece que el Coronavirus está ya plenamente instalado en nuestras vidas, y que además va a seguir ahí una buena temporada, aunque sólo sea por sus consecuencias. Es por ello por lo que no debemos bajar la guardia en ningún caso frente a él, y no volver a caer con categórica rotundidad en menospreciar a un virus que sigue ahí y que, a la vuelta de la esquina, en cualquier momento puede volver a ponernos (todavía más aún) contra las cuerdas como socioeconomía.

Y es que, aparte de que todavía no hay vacuna, seguimos ignorando buena parte de las características del funesto virus, además de cómo ataca a nuestro organismo. Por ejemplo, parece ser ahora que el principal sistema del cuerpo humano que es atacado es el cardiovascular, con los vasos sanguíneos como principal objetivo. Ello explica consistentemente el porqué de que este virus pueda mostrar un espectro de afectación multi-orgánico tan amplio, pues en realidad estaría afectando al órgano humano que tiene más relación física con todo el resto de los órganos.

Y habrá tantas otras cosas sobre el Coronavirus que no sepamos todavía a día de hoy, y que nos están costando tantas vidas perdidas, que iniciativas como la de Rosetta@Home, que permiten a cualquier ciudadano colaborar desinteresadamente en la investigación al más alto nivel del COVID-19, no sólo son algo prometedor: permiten además albergar esperanza en la especie humana como conjunto, además de recolocar a la ciencia en ese ilustre sitio del que algunos la intentan sacar a base de una indigestión de propaganda.

Cómo armados con un pedacito de hardware libre de 35€ (o con tu propio smartphone) podemos ayudar a salvar muchas vidas

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El Coronavirus ha provocado una pandemia sobre la que ya el 3 de Febrero les advertimos, exponiendo que lo más amenazador de la misma era que desconocíamos infinitamente más del COVID-19 de lo que sabíamos acerca de él. Tras el posterior e incesante recuento de fallecidos, y ante la amenaza real de que, tras el receso veraniego al calor de las altas temperaturas, vuelva el Coronavirus en Otoño en todo su funesto esplendor, la carrera de la ciencia por estudiar al “maldito bicho infecto” no debe parar ni lo más mínimo, con el objetivo ineludible de acabar desarrollando una vacuna efectiva como solución definitiva (pasaremos de puntillas sobre esa gran mutabilidad que puede anular la efectividad de la vacuna). Por lo tanto, la humanidad debe seguir en una carrera contrarreloj para salvar cuantas más vidas sea posible.

En esa carrera, los virólogos y epidemiólogos están contando con un inesperado aliado. Inesperado no porque no se esperase que “arrimase el hombro”, sino porque pocas personas fueron capaces de imaginar de dónde podía venir la masiva ayuda necesaria en la investigación del COVID-19 en este caso. Pero la imaginación no conoce límites, y a veces la ciencia tampoco, así que ahora acude al rescate la ciencia humana desde otra órbita: la órbita espacial. Efectivamente, el proyecto Seti@Home fue una primera iniciativa de computación distribuida en la cual cualquier ciudadano podía unirse al proyecto, entrar a formar parte de la red descentralizada de recursos informáticos que participaba en la investigación, y poner por Internet su hardware a disposición del proyecto para descifrar y buscar vida inteligente en “trocitos” de señales captadas de las profundidades del espacio. En ellos se buscaba cualquier patrón o rastro de señal de telecomunicaciones inteligente que revelase que había detrás una civilización alienígena enviándola al espacio.

Y hay que decir que este tipo de proyectos es posible, y que han alcanzado su máxima potencialidad, en buena medida gracias a ese hardware libre como la Raspberry Pi o su primo-hermano Arduino, muy asequibles, con consumos muy reducidos, con una gran comunidad detrás, y que pueden estar funcionando 24h por apenas unos pocos céntimos de consumo energético, pero aportando una capacidad de proceso no desdeñable (aclarar en este punto que también se puede participar en los proyectos “@Home” con un PC estándar o con un smartphone, cediendo capacidad de proceso en momentos de inactividad para no afectar al rendimiento). Es curioso como un proyecto en concreto como la Raspberry Pi surgió entre uno de sus principios fundacionales como una iniciativa para producir una suerte de ordenador de muy bajo coste, que permitiese el acceso a la informática a los niños del tercer mundo, y que contribuyese así a evitar su analfabetismo digital.

Pero aparte de haber contribuido a conseguir tan loable objetivo, la Raspberry Pi y Arduino también han permitido que los ciudadanos de los países desarrollados puedan permitirse adquirir varios de esos asequibles dispositivos informáticos para múltiples funciones, que van desde tener un ordenador Linux personal distinto y físico para cada hijo, montar en casa un media center, montar un hogar inteligente, poder usar un sistema de asistente virtual alejado de la intrusión en nuestras vidas privadas de los dispositivos de Google, Apple o Amazon, o… como decíamos, para poder ayudar a investigar el espacio profundo junto con las instituciones espaciales más reputadas del planeta Tierra, o para investigar ahora al polifacético y extremadamente mutante Coronavirus según el tema de hoy.

Seti@Home se cerró dejando tras de sí herederos que pasan de investigar el macroscópico espacio profundo a escudriñar la escala microscópica del virus COVID-19

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Así, tras el cierre de Seti@Home, llegaron otro proyectos de computación científica distribuída, de los cuales el mejor y más numeroso exponente ha resultado ser Folding@Home de la Universidad de Stanford lanzado en el año 2000, y dedicado ahora también específicamente a la lucha contra el Coronavirus. No obstante, y tras el lanzamiento en 2004 de una iniciativa con apoyo de compañías tecnológicas privadas como es un World Community Grid que también ha arrancado su “OpenPandemics - Covid19”, hoy otro proyecto similar al Folding@Home más digno de mención e iniciado en 2005, y que es el Rosetta@Home de la Universidad de Washington, sin que realmente haya entre ambos (ni con respecto al original Seti@Home) ni un gran salto tecnológico ni grandes diferencias técnicas. Los fundamentos son básicamente los mismos: la idea de la red de computación distribuida es prácticamente idéntica, y principalmente lo que cambia son los tipos de datos a analizar, y cómo luego en los servidores centrales se utilizan esos datos para una investigación biomédica (u otras) en vez de espacial.

Así, Rosetta@Home aporta algunas importantes ventajas adicionales, y es que se trata de una plataforma más prometedora porque nació más versátil y flexible como plataforma multi-proyecto, con lo que le pone a usted como ciudadano a la vanguardia de varias importantes investigaciones punteras, entre las que destaca en nuestros días la del Coronavirus por motivos obvios. Sin exagerar lo más mínimo, sin paliativos, y sin margen para equivocarnos, podemos afirmar con rotundidad que con Rosetta@Home estará usted participando en la investigación biomédica más disruptora y colaborativa de la Historia de la Humanidad, y ello sin apenas complejidad técnica, cómodamente desde el sofá de su casa, y sin apenas esfuerzo por su parte más allá de pagar unos céntimos al mes de factura de luz. El que no colabore es simple y llanamente porque no quiere.

El hecho es que Rosetta@Home trata de echar un cable (o más bien un chip) precisamente en el eslabón de la cadena de una de las investigaciones víricas que más capacidad de computación requiere, y en donde disponer de todos los recursos informáticos necesarios por otros medios obligaría a pagar enormes sumas de dinero en horas y horas de uso de hardware de supercomputación. Pero hay otra aproximación alternativa a esa ingente capacidad de supercómputo necesaria, y es, en vez de utilizar unos meses un superordenador de esos de los que hay tan sólo unos pocos en el mundo, fraccionar de forma “inteligente” la cantidad de trabajo a procesar en partes muy pequeñas asequibles para un hardware modesto y doméstico, y conseguir el mismo objetivo final pero utilizando una masiva red distribuida por los hogares de todo el planeta: ahí es donde la ciencia y la medicina le necesitan a usted. Y ya cuentan nada más y nada menos que con casi 100.000 dispositivos y ordenadores trabajando incesantemente en 151 países del mundo, aportando en conjunto 1,26 Petaflops de capacidad de cómputo agregada… pero les hacen falta muchos más procesadores: cuantos más mejor y más rápido podremos lograr acabar con la pandemia del Coronavirus, así como con tantas otras enfermedades.

Al participar en el proyecto, su PC, smartphone o cualesquiera recursos hardware usted ponga a disposición de la red, empezará a analizar datos y a tratar de hacer una esencial predicción estructural proteica, tratando predecir la estructura tridimensional de las proteínas del COVID-19 desde su secuencia de aminoácidos, para así poder lograr alguna forma de lucha efectiva contra el Coronavirus. Una vez que el genoma del terrible virus fue ya secuenciado, el trabajo que queda por delante es detectar estructuras proteicas susceptibles de ser objetivo de potenciales medicamentos o vacunas. Para lograrlo hay que conseguir localizar o sintetizar una proteína que sea capaz de atacar con éxito la estructura del Coronavirus y conseguir neutralizarlo, y esa investigación masiva requiere del consumo de ingentes recursos computacionales, para lo que aproximaciones como Rosetta@Home son esenciales.

Si se tiene éxito en encontrar esas nuevas cadenas proteicas, se dará con la llave estructural que permitirá posteriormente fabricar en serie estas proteínas con propiedades anti-virales contra el COVID-19, y al ser suministradas al organismo infectado lograrán adherirse a las propias proteínas del SARS-CoV-2 como una llave que encaja en una cerradura, neutralizando así su capacidad de replicación, al evitar que pueda con sus víricas proteínas infectar otras células sanas del organismo huésped en el que si no se propagaría sin control. Recuerden que un virus no es estrictamente considerado un ser vivo, puesto que carece de función reproductiva por sí mismo. La capacidad de replicarse un virus la consigue mediante la inoculación de su propio material genético en los genes de células sanas y vivas que sí que se reproducen.

A partir de ese momento, al replicarse por los propios mecanismos naturales celulares, lo que acaban haciendo esas células recién infectadas es replicar en realidad el material genético insertado en ellas por el virus, propagando así al propio virus y contribuyendo a su diseminación por todo el organismo. Tras ello, y con la carga virásica que todo afectado irradia a su alrededor, el virus acaba contagiando también a otros individuos que entran en contacto con el huésped infectado. Así pues, colaborando con Rosetta@Home, más concretamente estará usted contribuyendo a ser capaces de predecir ese acoplamiento proteína-proteína del virus, y ayudando a desentrañar sus mecanismos más enigmáticos y susceptibles de ser utilizados para destruirlo o, al menos, para neutralizar su capacidad de propagación por nuestro organismo. Aparte de contra el COVID-19, Rosetta@Home también colabora en investigaciones contra otras enfermedades graves, como la Malaria o el Alzheimer.

Proyección del ”Frikismo” en estado puro al rescate de la humanidad: “frikis” así deberíamos ser todos

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Lo anterior puede sonarles muy “friki”, pero recuerden que nos estamos transformando ya de la “Sociedad Tecnológica” en la “Sociedad Técnica”, quedando al margen (como ya dijera el MIT) únicamente los analfabetos del futuro: todos entraremos a formar parte de ese ”frikismo” en algún momento (más nos vale). Y puede que lleven razón con lo de que les suene “friki” hoy por hoy, pero aparte de que realmente por mera probabilidad es posible que haya alguien ahí fuera, y aparte también de lo visionario de un proyecto que cataliza la colaboración de la comunidad en pos de un gran objetivo común, está el hecho de que esa misma tecnología tan “friki” del programa SETI nos está ayudando ahora de manera incalculable para otros objetivos muy distintos, menos espaciales y mucho más mundanos (y vitales), como es aprender más del COVID-19 para poder combatirlo y salvar vidas humanas. Es como poco curioso (cuando no apasionante) que la búsqueda de vida alienígena haya acabado encontrando la forma de colaborar en preservar la vida terráquea.

La Socioeconomía es un concepto tan fascinante como el propio ser humano, o como cualquiera de los sistemas hiper-complejos que hemos construido a nuestro alrededor; eso por supuesto sin desmerecer en absoluto a los sistemas naturales y su delicada y a veces maltratada complejidad. Pero no sólo como mero concepto, sino casi como una cualidad intrínseca al lado más positivo (y colaborativo) de esos seres humanos, ahora vemos cómo la Socioeconomía en estado más puro, y con la ciencia por estandarte, acude al rescate ya no del planeta, sino de las propias personas como seres vivos frente a una pandemia tan letal y destructiva como la del Coronavirus.

El tema de hoy es efectivamente fascinante donde los haya, y demuestra cómo, aunque hoy pueda parecer que estudiar la reproducción del gusano rojo de Abisinia pueda ser algo totalmente irrelevante, quién sabe si en un futuro todos podemos tener que alimentarnos del susodicho ser arrastrante. La tecnología espacial en este caso ha hecho tres cuartos de lo mismo, y esa ciencia desplegada en pos de encontrar vida extraterrestre, que llegaba a ser considerada por algunos como un desperdicio absoluto de dinero y esfuerzo, resulta que ahora ha servido para colaborar en salvar millones de vidas terrestres de valor incalculable. Es cuestión de principios, digo, de visión (y de valores).

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Al final, terrestre o extraterrestre, la ciencia y el conocimiento no sólo no ocupan lugar, sino que el lugar real que deberían ocupar está en el podio del progreso y de nuestros valores socioeconómicos más fundamentales. Es por eso por lo que armas de destrucción masiva como la propaganda atacan tan persistentemente la ciencia occidental, porque saben que es uno de los pilares más fundamentales de nuestro progreso y de nuestro bienestar, ése que persiguen tan desesperadamente destruir (y van haciendo sus progresos en ello). Siempre concibiéndola dentro de la necesaria sostenibilidad económica, pero contra los agnósticos de la ciencia, contra la propaganda que pretende destruirla, contra los recortes presupuestarios injustificados que pretenden ahogarla, en pos de la Socieconomía más disruptiva y del progreso más sostenible, y contra viento y marea, desde aquí sólo podemos lanzar enfervorizadamente un grito de futuro: ¡Larga ciencia (y vida) para todos!

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