La segunda ola económica del Coronavirus llega a Europa (y al mundo): las empresas amenazan con empezar a caer una tras otra

La segunda ola económica del Coronavirus llega a Europa (y al mundo): las empresas amenazan con empezar a caer una tras otra
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Tras la primera ronda de muerte y destrucción servida en bandeja de plata por nefastas gestiones y altas dosis de propaganda dirigida con el único objetivo de potenciar el efecto devastador del Coronavirus, sobrevino una debacle económica que para algunos resulta literalmente apocalíptica a la vista de los indicadores.

Y es que miles de nuestras empresas no pueden soportar ya más la devastación en sus balances, y habiendo ya en la cuneta notorias y un día emblemáticas empresas que hoy ya son sólo frios cadáveres económicos, también hay infinidad de PYMES desaparecidas para siempre, y que sólo en España se cuentan por decenas de miles.

Y ahora resulta que todavía no lo hemos visto todo. Porque lo apocalíptico realmente no ha sido lo que hemos sufrido, sino que, al menos en lo económico, todo apunta a que lo peor podría estar por llegar, con una alta probabilidad de suceso en el próximo otoño, y con un alto riesgo que se extiende también a lo largo de todo 2021.

De los ERTEs a los EREs, y de las PYMES a las grandes empresas, la bola de nieve de este alud económico sigue rodando ladera abajo

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Y es que miles de PYMES y grandes empresas llevan eternos meses en una situación literalmente agonizante, y no pueden aguantar ya más el impacto de la crisis que se nos ha venido encima. Y eso por no hablar ya de los efectos adicionales que podría tener la segunda ola como tal, ante la cual parece que tampoco nos están preparando adecuadamente con esta siniestra “vuelta al cole”, que en otros países han tenido la responsabilidad de “suspender cautelarmente”, o incluso de dejarla en lo virtual por este año para evitar males mayores. Y que conste que, por muy mal que esté la economía, dejar de tomar ciertas medidas a tiempo sólo hace que al final haya que tomar esas mismas medidas más adelante pero por más tiempo, como ya nos ocurriera en primavera, cuando España tuvo que acabar viéndose forzada a acometer uno de los confinamientos más duros del mundo, revertiendo en un impacto de destrucción económica que duplica y más que duplica el de buena parte de nuestros vecinos europeos.

La correcta gestión de la pandemia realmente es cosa de dirigentes a la vez cautos y valientes, que sepan tener la valentía de tomar a tiempo decisiones que son inevitables y que si no luego serán todavía peores. La clave del problema endémico de España con este tipo de decisiones políticas es el coste político que pueden llegar a suponer, especialmente en un país que se mide más por las vanas e inconscientes esperanzas que por la anticipación preventiva y prudente ante el futuro: un futuro que a veces no se sabe o no se quiere ver que puede ser inevitable, incluso aunque se cierren los ojos con fuerza y se aprieten los puños pidiendo que vaya todo bien “por favor, por favor, por favor” (como hacen los niños pequeños). Como adultos que somos debemos no sólo tener la esperanza de que las cosas vayan a ir bien, sino que además deberíamos tener la capacidad de tomar decisiones competentes para poner toda la carne en el asador y que así acabe yendo bien de verdad (o al menos lo mejor posible).

Como una de las bolas de nieve más acuciantes que van rodando ladera abajo hoy por hoy tenemos el tema de los ERTEs. Aquellos ERTEs que desde aquí ya planteamos en su día como una de las soluciones transitorias esenciales para enfrentarnos a una coyuntura de parón económico temporal como la que ha traído el Coronavirus, pero que debido a la dolorosa extensión en el tiempo de una situación fruto de la incorrecta gestión sanitaria en su momento, y fruto también de que posteriormente haya dejado mucho que desear la gestión en lo económico, estos ERTEs se han convertido tan sólo en EREs bajo la alfombra. Y es que sigue habiendo multitud de ciudadanos en situación temporal de unos ERTEs para los que muchos empresarios ven tan poco fin como ven para el desplome de sus ingresos. Así vemos cómo se va “rolando” la patata caliente de los ERTEs de vencimiento en vencimiento, extendiéndolos en el tiempo sin querer ver que en algún momento habrá que levantar la sábana, y mostrar lo extendido de la enfermedad en el paciente que yace en la cama de la UCI.

Pero claro, es que una cosa es que los telediarios abran con tantos millones de desempleados y tantos miles y miles de trabajadores en situación temporal de ERTE, y otra es ya abrir con la crudeza de acabar teniendo que reconocerlos a todos ya como personas sin contrato ni trabajo. Es cierto que ahora mismo los ERTEs se han reducido drásticamente desde los prácticamente 4 millones de trabajadores que se vieron afectados por un ERTE en lo peor de la pandemia, hasta más o menos el millón que queda actualmente en esta situación de desempleo temporal, pero el problema es que diversos analistas ya apuntan a que esta cifra de ERTEs puede estar acercándose paulatinamente a un umbral estructural del que ya podría ser difícil seguir bajando. Así, el reconocimiento explícito de todos esos “ERTEs estructurales” catapultaría el principal indicador económico de la salud de las familias y trabajadores de un país, y en el que en la práctica se fija todo el mundo para tomar sus propias decisiones de consumo y gasto.

Y no debemos olvidar lo aprendido del sufrimiento de pasadas crisis, y es que lo peor de una situación alta de desempleo ya no es todo el sufrimiento y la devastación económica que produce en los propios desempleados afectados (que no es ni mucho menos poco), sino que además es una lacra socioeconómica que se realimenta a sí misma. Esto ocurre porque los que conservan su trabajo y pueden seguir comprando e invirtiendo para tirar del carro de la economía cuando más se necesita, no se atreven a hacerlo ante la perspectiva de que ellos también puedan perder su empleo o sus ingresos empresariales en los meses subsiguientes. Así, la potencia depresora del desempleo es doble, y por mucho que se pueda disimular con ERTEs que van rolando de vencimiento, en algún momento será irremediable enfrentarse al duro choque con la realidad de la calle y al baño de realidad de las cifras en conjunto. Las avestruces son unos animales muy veloces y pueden escaparse de los peligros, pero sólo si saben echar a correr y ponerse en marcha a tiempo; si por el contrario optan por esconder la cabeza bajo tierra acaban siendo devoradas por sus depredadores, igual que los países y los dirigentes en las fauces de las feroces crisis.

Y es que pasando al otro lado del prisma laboral, y tornando las miras desde las cifras de los ERTEs a las cifras de la actividad empresarial, el panorama no es menos angustioso, resultando especialmente anticipatorio de lo que podríamos tener por delante, sobre todo con la segunda ola rompiendo en violentas y espumosas crestas sobre nuestras cabezas. Realmente, el único halo de esperanza sería que tengamos la gran suerte de que el virus ya se haya debilitado realmente, y que sea verdad que todas esas cifras de asintomáticos y afectados leves sean debidos a este motivo, y no simplemente a que en Febrero y Marzo ni siquiera contábamos con estos datos básicos al no haber entonces ni PCRs ni datos comparables. Así, esperanzas a futuro y por demostrar aparte, la realidad actual es que las empresas y los impagos siguen mostrando su cara más amenazadora en el horizonte.

En este sentido, el Banco de España recientemente ya publicó que una de cada tres empresas españolas estaría ahora mismo en situación de riesgo de impago alto o muy alto. Un punto realmente devastador, especialmente por el efecto dominó que algo tan masivo podría tener sobre el resto de las empresas que se mantienen en pie a duras penas; es un dato que además calcinaría esos “brotes verdes” de los que nos hablan en la actualidad y tan insistentemente desde algunos sectores. Recuerden además que el último que nos los nombró fue el ”gurú” del expresidente Zapatero, justo antes de la debacle económica que inevitablemente siguió, y que se negó tan obcecadamente a admitir y a tomar medidas efectivas cuanto antes para minimizarla.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más… (como decía Superratón)

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Pero por increíble que parezca, no quedan aquí los malos augurios económicos que se ciernen sobre España S.A. Resulta que aún hay más y casi hasta peor, y es que el deteriorado estado de las cuentas públicas tras toda la devastación económica producida por el Coronavirus encuentra su lado más siniestro ya no sólo en la deplorable situación del déficit, sino en las perspectivas de cara a los importantes vencimientos de deuda a repagar por el Estado español en lo que queda de 2020 y en 2021. Con menores ingresos, mayores gastos, y con una situación de la deuda soberana que ahora ya no da mucho margen de maniobra porque no ha sido reducida cuando podíamos hacerlo (y así lo reclamamos desde aquí), resulta que los vencimientos de deuda del tesoro por importes muy relevantes están a la vuelta de la esquina, recordando a aquellos amantes desaforados del endeudamiento que las deudas hay que pagarlas. En lo que queda de 2020 el tesoro tiene que cubrir vencimientos de letras, bonos y obligaciones segregables por valor de 45.000 millones de euros, y en 2021 por valor de más de 150.000 millones de euros (excluidas las letras a corto plazo que se irán emitiendo desde ahora y cuyo vencimiento seguirá cayendo dentro del año que viene).

Y en la situación actual todos estos importes son muy preocupantes incluso contando con una situación estable del mercado de deuda soberana, porque como haya que incluir en la ecuación un posible tensionamiento relevante de las primas de riesgo, y cómo éste nos deterioraría gravemente los ingresos vía refinanciación (emitir nueva deuda para pagar la anterior que vence), pues ya no sé qué vamos a hacer en España. Algunos probablemente sí que pueden estar ya pensando lo que harán: echar la culpa a los siempre socorridos “tiburones” de los mercados. Y tiburones obviamente “haberlos haylos”, y son seres sanguinarios, pero lo realmente irresponsable es nadar por los mares sangrando a raudales sin curar las heridas en las cuentas públicas, con la vana esperanza de que esos tiburones no van a acabar acudiendo al olor de nuestra sangre.

Y alguno pensará con otras vanas esperanzas que el dinero del plan de rescate europeo nos valdrá para tapar el parche. Ni mucho menos. Para empezar porque el dinero de Europa no puede ser utilizado indiscriminada y arbitrariamente por el gobierno para refinanciar deuda, sino que está diseñado para actuaciones bastante definidas y contempladas dentro del plan España Digital 2025. Además no podemos olvidar que este dinero está sujeto a una condicionalidad semejante a la de un recate puro y duro, y por la que Rutte&Cía no van a admitir políticas insostenibles, y no dudarán en recortarnos ellos las partidas económicas cuando no hayamos sido nosotros capaces de recortar nuestro gasto más improductivo y superfluo. Y finalmente el dinero europeo no es la “solución final” porque, ni aún en el escenario más favorable de que todo vaya bien y nos lleguen todas las cuantías, las cifras no cuadran: de Europa nos van a llegar 140.000 millones, que son una gran muestra de generosidad por parte de nuestros hermanos europeos, pero que no son suficientes por sí solos para la que se nos viene encima, tanto por la ya terrible situación actual, como para el previsible empeoramiento adicional que podemos acabar sufriendo si el tema no se gestiona por fin de forma competente y eficaz, más allá de los mantras y eslóganes pasionales o la más flagrante inacción.

No son precisamente los europeos los que tienen la culpa de que las cuentas no nos salgan, que bastante nos dan ya. Habría que ver si nosotros haríamos lo mismo si estuviésemos en su lugar, que con la crisis de la deuda griega a algunos se les llenaba la boca de denunciar a la Troika, pero que luego obviaban que representaban a los que realmente pusieron la mayor parte del dinero contante y sonante sobre la mesa, y de estos sectores no se vio apenas ni un euro más allá de las airadas palabras de denuncia (y eso que cualquier pequeño inversor podía tratar de invertir en deuda griega en los mercados). Inevitablemente la responsabilidad de la sostenibilidad de las cuentas nacionales recae de nuevo sobre aquellos a los que nunca ha abandonado realmente (a pesar de los telediarios): nuestros dirigentes económicos y, por ineludible extensión, su máximo responsable.

Pero… ¿Hay alguien a salvo de todo este terrible maremagnum en que ha degenerado nuestro mundo?

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Aquellos incautos que no sólo se empezaron a quitar demasiado rápidamente la mascarilla, y a bajar la guardia al grito de liberación de “La pandemia se ha acabado”, no sólo es altamente probable que en las próximas semanas asistan a su propio escarnio conforme las cifras sigan repuntando, sino que, además, han obviado que aquí queda virus y (sobre todo) crisis para rato. Y no lo decimos sólo porque se estén poniendo todas las esperanzas en las tan esperadas vacunas, cuya seguridad todavía no está garantizada, sino por algo que no es menos importante: su efectividad a largo plazo todavía es incierta, y no sólo por lo que dure la inmunidad que activan, sino también por la capacidad extrema de mutabilidad de un Coronavirus que puede transformarse literalmente en un nuevo virus de la noche a la mañana. Ello podría suponer nuevos mecanismos de contagio e infección ante los que podría quedarse inútil la inmunidad adquirida con la vacuna. En estos aspectos, resulta altamente acertada la aproximación europea al tema de la futura vacuna, y ante estas incertidumbres en Bruselas han optado visionariamente por contar con una cartera diversificada de potenciales vacunas diferentes. Así, todo esto es muy relevante de cara al futuro económico que viene, especialmente porque con la pandemia se ha abierto la caja de Pandora de los demonios económicos con un gran potencial destructivo sobre el tejido empresarial. Y también sobre el capitalismo como sistema, incluso a pesar de que habría que haber visto cómo otros sistemas del pasado que ya no son hegemónicos sobrevivirían ante esta letal coyuntura.

Pero no crean que los países que han gestionado la pandemia infinitamente mejor que España están a salvo de ciertas amenazas, porque lo cierto es que, en esta guerra ciber-social con la que ya quedó demostrado fehacientemente que están intentando destruirnos, no hay bit sin sospecha de estar contaminado ni país seguro (al menos no sin una adecuada y vital gestión de la seguridad informativa de sus ciudadanos). Realmente, el único país seguro que puede acabar habiendo en este mundo cada vez más convulso y belicoso será aquel que muchos dirigentes necesiten mantener estable para tener a salvo los onerosos patrimonios que van acumulando. Y es que ya leyeron cómo nuestros sistemas están siendo erosionados progresivamente, hasta el punto de materializar aquellos temores tan visionarios y distópicos (en aquel momento) ante los que nos alertaron los ciber-punks de los 90. Porque hablando de negacionistas y países con un liderazgo de éxito mundial en la gestión del Coronavirus, resulta como poco inquietante la forma en que la propaganda casualmente está canalizando el discurso negacionista de la pandemia por los mismos canales (des)informativos que lleva explotando ya algunos años para carcomer nuestros cimientos, y que además han venido ya en los últimos años atacando a cada país en su punto más débil para ir poco a poco consiguiendo doblegarlo.

Así, recientemente hemos asistido atónitos a cómo en Berlín se celebró hace unos días una multitudinaria manifestación de negacionistas sin mucho discurso aparte de unos pocos mantras “conspiranoicos”, como siempre sin justificar ni mínimamente y sin ningún tipo de evidencia objetiva y contrastable. Pero aún así los organizadores llegaron a congregar a decenas de miles de personas, con una participación muy activa y numerosa de ultraderechistas (entre otros colectivos), e incluyendo como guinda un intento de asalto al parlamento alemán. Y por cierto, algunas de las consignas que se proclamaban en aquella concentración mayormente sin mascarillas eran las lamentablemente esperadas de “quitaos las mascarillas de la esclavitud”, “nosotros somos el pueblo”, o la tan reveladora que urgía a los dirigentes internacionales Trump y Putin en tándem a “liberar” Alemania. Y a la vez como demostración final y como consecuencia flagrante de todo lo anterior, tras ser uno de los medios que primero pusimos el tema abiertamente sobre la mesa, ahora ya está en todos los titulares el debate sobre si vivimos la implosión un sistema, o al menos si asistimos al fin de la hegemonía estadounidense en el sistema capitalista. El riesgo obvio es que puedan convertirnos a todos los países desarrollados en una suerte de sistemas “dictapitalistas” satélites, vasallos de una nueva potencia dominadora, por el que muy probablemente acabaríamos teniendo las mismas inexistentes libertades democráticas que se estilan por otras latitudes: por muy mal que estemos, no duden de que siempre siempre siempre se puede ir a (mucho) peor.

Y es que es el sino del ser humano a lo largo de su vida y de la Historia (también económica): no ser capaz de apreciar lo que tiene (por muy mejorable que sea). Esa cortedad de miras le condena irremediablemente a perder lo que ya tenía, para luego darse cuenta del error que cometió, y dejarse literalmente la vida y la sangre para reconquistarlo. La Historia se repite. Nuestro mundo es cíclico. El ser humano es tozudamente reincidente. Y así, con propaganda, excusas, enemigos únicos, desinformación, polarización, y con tantas otras maniobras de ramplona manipulación masiva que vemos hoy en día por todos lados en todo el mundo, nos tienen anestesiados ante el fatuo destino que nos deben estar reservando. En el caso de España ni siquiera estoy seguro de si nos lo tienen reservado, o si simplemente no son capaces de ver lo que nos aguarda, pero el hecho es que hemos pasado de los oscuros nubarrones a un cielo que se cae a pedazos y se nos desploma sobre nuestras cabezas.

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Y mientras tanto, en vez de construir un refugio mínimamente resistente para salvar los trastos, algunos se limitan a soplar las nubes a pulmón batiente tratando de conseguir puerilmente que así escampe y brille de nuevo el sol. Como todo pastor sabe, en medio del campo hay que esperar a que la tormenta amaine; eso sí, habiéndose protegido antes adecuadamente: si no, en cualquier momento nos puede caer un rayo que nos calcine definitivamente. Y de poco servirá entonces echarle la culpa a la tormenta, ni pedirles todavía más dinero a los que sí que supieron proteger y poner a salvo su rebaño, más allá de preocuparse por ponerse a cubierto tan sólo a sí mismos...

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