Nadie en el mundo económico (y tan apenas en el mundo de a pie de calle) ha podido esquivar en las portadas y en los medios ese eterno debate sobre si la guerra comercial iba a perjudicar a EEUU o a China. Es un asunto que muchas veces ha sido expuesto como un simple partido de fútbol, cuando lo cierto es que se trata de un enfrentamiento en el que, en realidad, perdemos todos con el comercio global y su deterioro generalizado haciendo de vaso comunicante.
Pero más allá de los aranceles, más allá de su impacto en los precios que paga el consumidor, más allá de las reyertas arancelarias que ya están pasando a otros planos más generales, tenemos que hay otro efecto colateral muy importante que este conflicto comercial está produciendo: hay ya empresas que están saliendo despavoridas de China, siendo deslocalizadas a otros países asiáticos. Existen incluso empresas locales que están abandonando su propio país, y lo que es más significativo: hay alguien dándoles facilidades para que hagan las maletas.
Una guerra que estaba claro quién la iba a pagar, pero que ahora revela nuevos daños colaterales que acabarán siendo principales
Pues bien, ya ha quedado demostrado cómo resultaba mayormente inescrutable tratar de adivinar con exactitud y polarizadamente si la guerra comercial iba a dañar exclusivamente a China o a Estados Unidos. Y también ha quedado ya ampliamente demostrado a estas alturas que, en realidad, se ha dañado al consumidor estadounidense, y por doble vertiente.
Primeramente, porque los aranceles los ha acabado pagando ese ciudadano medio de EEUU, tal y como les adelantamos que ocurriría desde estas líneas apenas Trump inauguró esta dañina moda. Y en segundo lugar, porque esa nueva vía de ingresos, en la que "casualmente" ha encontrado un nuevo filón fiscal la necesitada Casa Blanca, resulta que sólo está siendo utilizada para postergar una (desesperadamente) deseable vuelta a la sostenibilidad de las cuentas públicas estadounidenses.
Este último no es ni mucho menos un tema menor, porque a la plurianual burbuja de bonos soberanos, se añade ahora el galopante déficit en el que está inmerso EEUU a causa de las rebajas fiscales de Trump, que no han cumplido expectativas de ingresos fiscales por revitalización de la economía, y que han catapultado el déficit anual de las cuentas públicas un desorbitado 40% en poco más de un año, situándolo peligrosamente cerca de la barbaridad del billón de dólares. Y esto ocurre en un contexto en el que, lamentablemente, la deuda federal alcanza ya un desbordado 106% del PIB nacional,
Como pueden comprobar por ustedes mismos, aquí los platos rotos los pagan los de siempre, especialmente con un sobre-endeudamiento de títulos de deuda pública que llevan grabado a fuego el nombre de todos y cada uno de los ciudadanos. ¿Qué se creían, que nuestros políticos iban a pagar de alguna manera sus propios desmanes? ¡A dónde va a parar!, ¡Para qué pagar nada de tu propio bolsillo cuando tienes millones de contribuyentes a los que fiscalizar! Unos contribuyentes que además no pueden hacer mucho más que votar por evitar la cuenta de un festival de deuda cuya invitación ni siquiera pueden declinar.
Total, cuando el desastre sobrevenga, se puede incluso echarle la culpa de la próxima crisis a la FED y asunto finiquitado. La política de hoy en día se ha vuelto el arte de asumir la responsabilidad de sustituir al chivo expiatorio al que se le va a cargar con las culpas. Es un método como otro cualquiera para perpetuarse en el poder el mayor tiempo posible, la meta en la que acaban la práctica totalidad de los políticos al uso, y que algunos países "dictapitalistas" llevan poniendo en práctica desde hace lustros.
Pero paganos aparte, también les hemos mantenido siempre desde estas líneas que, dado el carácter extremadamente complejo de los sistemas económicos modernos, las consecuencias finales de la guerra comercial EEUU-China eran prácticamente impredecibles en toda su extensión. Así, no sólo estamos asistiendo a cómo previsiblemente las exportaciones de China a EEUU se están precipitando, sino que hay ahora un segundo fenómeno de segunda ronda más relevante todavía, y que puede cambiar el rumbo de esta guerra, de las economías asiáticas, y del equilibrio de poderes mundial: la guerra está provocando la deslocalización de producción china a otros vecinos asiáticos.
La deslocalizadora China, ahora es deslocalizada... China está probando su propia medicina globalizadora
Mientras tanto, en los últimos estertores de un multilateralismo y una globalización que todavía no podemos saber muy bien si tendremos que enterrar definitivamente, ya se había venido deslocalizando producción china a África. Una tendencia instrumentalizada por el régimen chino para asegurarse recursos naturales a cambio tanto de nuevas plantas de producción como de inversiones en infraestructuras, y todo por el módico precio de una desorbitada nueva deuda de volúmenes enterradores, por la que China se erige como principal acreedor (y patrón) de diferentes países africanos que ahora tiene al alcance de su batuta. Y no, no crean que este proceso de conquista socioeconómica está teniendo lugar silenciosamente; eso fue en los inicios, pero ahora es un tema habitual en la política del día a día de bastantes países del continente africano.
Pero ahora, la nueva ola de corriente deslocalizadora de producción actualmente radicada en China es de otra naturaleza totalmente distinta. La inseguridad socioeconómica que actualmente supone para cualquier empresa tener su producción en China, sin saber a ciencia cierta qué aranceles y por qué importe le pueden caer a la hora de exportar desde el gigante rojo a EEUU, hace que las empresas estén empezando a sentir un riesgo que, por otro lado, en buena parte de ellas ya se ha materializado.
Y como no podía ser de otra forma, dada la aversión natural de la actividad económica ante cualquier tipo de inseguridad e inestabilidad, el dinero que siempre es muy cobarde y sale huyendo, está haciendo lo propio con sus inversiones productivas en el gigante rojo.
Como siempre, se hace leña del árbol caído, y los tigres asiáticos se toman la revancha
Hace unos días ya les analizamos los motivos por los que, por ahora, el levantamiento popular de Hong Kong no ha hundido su divisa ni su economía. En aquel artículo les hicimos una breve introducción a cómo fue aquella funesta crisis de los tigres asiáticos que acontenció allá por 1997, con la perspectiva de cómo Hong Kong había sobrevivido a aquella deblacle regional mejor que sus vecinos (cuyo hub financiero siempre ha sido).
Pero ahora les sacamos a colación aquel análisis y su descripción de aquella dramática crisis para resaltar que, ante la zambullida económica de sus vecinos, fue China la que se aprovechó de la situación, y empezó erigirse como destino regional alternativo de las inversiones y la producción occidental que huía despavorida ante el despeñe económico de buena parte de los países del sudeste asiático. Así, actualmente vemos cómo esos vecinos de China ahora se toman la revancha, y ante los problemas y la inseguridad socioeconómica reinante (y cotizando al alza) en la "arancelada" China, han visto el filón económico, y se venden a su vez como destino alternativo a las corporaciones que salen huyendo como alma que lleva el diablo del gigante comunista. Por ejemplo, Tailandia está ofreciendo una contundente rebaja fiscal del 50% a los fabricantes que se reubiquen en el país desde China. Vamos que, siendo este tipo de noticias la mera punta del iceberg, ya pueden asegurar cómo se está produciendo o está a punto de producirse una deslocalización y un éxodo empresarial en toda regla.
Y sin entrar a juzgar la naturaleza lógicamente ávida de rentabilidad de cualquier empresa, e incidiendo de nuevo en su también aversión natural al riesgo y a la inseguridad, este tipo de deslocalizaciones empresariales es un proceso que siempre se acaba produciendo en cualquier país que deteriora las condiciones socioeconómicas de su tejido empresarial y de sus ciudadanos. Así, se trata de un efecto que ya hemos visto en otros casos recientes cuando cualquier país o región es azotada por cualquier tipo de inseguridad o detrioro severo, con el resultado de que las empresas abandonan en masa el territorio afectado.
Así ha sido en la vandalizada Venezuela. Así está siendo ya con esa City londinense por cuyo negocio pujan otras capitales europeas; de hecho, el éxodo ya ha empezado, demostrando que el Brexit está siendo un fracaso estrepitoso, pero será aún peor si se consuma. O así ha venido también siendo con la fuga empresas de Cataluña, que si bien es por ahora mayormente un cambio societario, deja meridianamente claro qué senda van a tomar de forma generalizada las empresas con su producción en caso de que las cosas se pongan (todavía) peor. Y China, a pesar de ser un estado totalitario también económicamente, a pesar de su control extremo sobre ciudadanos y empresas, a pesar de que son sus privilegiadas élites las que están al mando hasta del último yuan y se lucran con ello, a pesar de todo ello... China no iba a ser una excepción a la inmisericorde regla de la huida.
Y es que no se puede forzar a las empresas a ser rentables y a generar empleo sosteniblemente ni tan siquiera a golpe de represión socioeconómica: la viabilidad económica de las empresas va por otros derroteros, y su supervivencia es otro factor socioeconómico clave para el bienestar de los ciudadanos, además de para la sostenibilidad de las políticas sociales y del sistema socioeconómico en su conjunto. Un punto que no acaban de entender los que ejercen un poder cuasi-absoluto sobre la economía, y que se creen que pueden hasta dictar los resultados empresariales a golpe de legislación y propaganda. Este tipo de régimenes, pueden durar algunas decadas, pero acaban casi siempre siendo un frágil castillo de naipes que normalmente sucumbe bajo su propio peso y el de sus "economentiras". Y que conste que está claro que aquí lo que está precipitando la situación son los ataques arancelarios de Trump, pero no es menos cierto que, donde otras economias ya habrían visto hundirse sus cifras macro-económicas, sin embargo en los países "dictapitalistas" se opta casi siempre por pintar a los dragones rojos de color negro y seguir con el espectáculo.
China no es otro caso cualquiera de potenciales cambios socioeconómicos de calado: estamos hablando del país más populoso del mundo
Aquí la diferencia está en que estamos hablando de la segunda economía del planeta, y de un país que alberga a casi 1.400 millones de personas: si el proceso precipita una crisis generalizada en China, o si llega a precipitar incluso un cambio de régimen, las consecuencias para todo el mundo pueden ser igualmente imprevisibles. El nuevo (des)orden mundial puede ser considerable, y empequeñecer aquel que trajeron los nuevos estilos de gobierno tan "disruptores", abanderados por un siempre incorrecto presidente Trump y sus homónimos.
Así que, en este taller de carpinteros a golpe de martillo en que se ha convertido el mundo, podemos estar asistiendo a cómo se podría estar clavando el último clavo en el ataúd de la economía china, ya de por sí sometida una fuerte desaceleración, de la que a buen seguro que las cifras oficiales sólo son la punta del iceberg. Y eso por no hablar de las tensiones políticas internas derivadas del involucionismo de Xi Jinping al más puro estilo Mao, o de ese levantamiento popular de Hong Kong que tratan de silenciar por todos los medios, que corre el riesgo cierto de acabar extendiéndose por otros lugares del país, y que semana a semana va tornándose más violento conforme la disidencia ve que sus demandas de democracia siguen sin ser satisfechas.
Y una demostración de este supuesto frágil estado interno actual, en el que probablemente se encuentra el aparato político del país, es la celebración con motivo de la conmemoración del régimen comunista en estos días de un gran desfile, que ha sido "reorientado", pasando a idolatrar la figura de su gran líder, Xi Jinping. Este tipo de marchas triunfalistas y de culto a la personalidad son realmente indicativas en este tipo de régimenes totalitarios, pues a menudo se celebran con especial efusividad y euforia cuando necesitan transmitir una imagen al exterior y a la población que trata de ocultar el estado real interno del panorama político nacional. Así, tratan de reforzarse con culto personalista en torno a la imagen de su gran líder, pero en el fondo están buscando desesperadamente salir reforzados internamente apuntalando unos cimientos cuyos movimientos están sintiendo ya. Otra demostración de ello es el celo extremo con el que el aparato del poder ha llevado a cabo los preparativos de este desfile, con medidas no vistas desde hace tiempo, incluso en un estado policial como el chino, y que revelan cómo desde instancias oficiales esta gran demostración se considera especialmente clave.
Realmente, a los chinos, sin haber montado ningún circo, sino más bien un patio hiper-vigilado (también en lo socioeconómico y con especial ensañamiento con las minorías), les están creciendo igualmente los enanos. Mucho me temo que, en la situación actual de "disrupción" mundial, desde Europa no podemos hacer mucho más que tratar de preocuparnos por sobrevivir como sistema nosotros mismos, que ya nos enfrentamos aquí a no pocos peligros mayúsculos, y que mayormente nos vamos a tener que limitar a ver cómo crecen y crecen los enanos de otros, incluso a pesar de los ofrecimientos de alianza hechos a Europa por el gigante comunista.
A ver qué pasa en ese fastuoso y (hasta ahora) envidiable circo nacional chino como esos enanos que les crecen acaben ya ni siendo enanos, ni tal vez siendo comunistas, y ya veremos si siguen siquiera siendo todos chinos... porque 1.400 millones de chinos son muchos chinos, y en cualquier (por ahora potencial) cambio de régimen de un bloque socioeconómico de estas dimensiones siempre está ahí el peligro de desintegración... y ya no sólo de China, sino de cualquiera al que le sacudan las ondas sísmicas que desde allí llegarían hasta el último rincón del planeta. ¡Qué mundo imprevisible éste que nos está tocando vivir! Con este panorama mundial tan revuelto, entran ganas de comprarse ya un sismógrafo para casa.
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