Alemania se lanza a reconvertir sus cuencas del carbón en... Cunas de alta tecnología

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La industria del carbón es una “patata” caliente que en el Viejo Continente los políticos se van pasando de una legislatura a la siguiente, sin saber muy bien qué hacer con ella. Son de esos temas que combinan que no se ve fácil solución, con que son soluciones cuyos beneficios llegan sólo en los plazos más largos (mucho más allá de cuatro años), mientras que en el corto plazo tan sólo tienen un alto coste político.

Es el cóctel perfecto para que el problema vaya “rolando” de vencimiento en vencimiento democrático, sin que nadie haga nada hasta que… Hasta que llegó Alemania y, por manos de la canciller Merkel, cogió por los cuernos el toro color “negro hulla”.

Ese carbón que alimentó el desarrollo industrial europeo, ahora no es querido por apenas nadie

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El carbón es una materia prima íntimamente ligada al desarrollo industrial del Viejo Continente, y en sus primeras fases supuso la primera fuente de energía con capacidad industrial. Con carbón se alimentaron locomotoras y motores de vapor, se electrificaron industrias, se extendió el alumbrado público por todas las ciudades, y también se sigue utilizando todavía hoy por hoy en calefacciones y plantas térmicas.

De hecho, algunos de los detractores de las restricciones al tráfico impuestas en el centro de Madrid, desde el principio basaron sus críticas era que no era justo penalizar únicamente a los vehículos, y que no se conseguirán resultados más significativos mientras no se atacase también otro de los principales focos del problema de la contaminación: las calefacciones, algunas de las cuales todavía eran de carbón (otras de gasóleo) de las casas más antiguas de la ciudad, habitualmente ubicadas precisamente en el centro.

Y es que un 20% de la contaminación que padecemos en las ciudades es debida sólo a la calefacción. Algunos argumentarán que éste es un inevitable peaje a pagar por poder mantener nuestros edificios en condiciones habitables, pero ese extremo no es cierto. En este campo concreto se podrían hacer muchas (muchísimas) más cosas, entrando de lleno y apostando mucho más decididamente por un campo con gran futuro y potencial como es la eficiencia energética en el contexto de las ciudades inteligentes.

Pero volviendo al tema de hoy, respecto a las contaminantes centrales térmicas a base de carbón, éstas van siendo progresivamente arrinconadas por un mix energético que les deja escaso margen, con actividad generadora reservada tan sólo para los días con mayor demanda. Mientras eso no ocurre y el sistema ande falto de capacidad, no se requiere la puesta en funcionamiento de las térmicas de carbón, ya que el sistema eléctrico nacional prioriza nutrirse de otras fuentes de energía menos contaminantes.

Toda Europa (y el mundo) tiene un problema socioeconómico con la industria del carbón

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La minería del carbón sigue siendo un sector con todas las letras dentro del Viejo Continente, a pesar de que desde hace años se encuentra aquí en evidente retroceso. Por mucho que su desaparición pueda ser más o menos asumible para la práctica totalidad de las economías europeas, lo cierto es que diversas áreas geográficas quedarían sin actividad económica alguna, y abocadas a la despoblación y el abandono. De hecho, hay 41 regiones que basan su economía total o parcialmente en el carbón en 12 países europeos. El sector del carbón todavía da empleo directo a nada más y nada menos que 240.000 europeos: 180.000 en minería, y 60.000 más en centrales eléctricas. Eso por no hablar de todos los empleos indirectos dependientes de la actividad principal del carbón, que según las mismas instituciones europeas alcanzan los 215.000 trabajadores.

Y que conste como aviso a navegantes, pero si bien decíamos que el carbón es un sector económico con todas las letras, en realidad supone un ensayo previo a lo que puede acabar llegando cuando le toque el turno a la industria petrolífera. Efectivamente, el sector del petróleo es mucho más importante que el del carbón a nivel de número de empleos, de volumen de ventas, de capacidad energética en el conjunto nacional, etc. Ya les analizamos este complejo y polifacético asunto en el artículo “El cambio climático es ya muy palpable, pero la burbuja del carbono puede traer un shock financiero mundial".

En Bruselas, han sabido ver el problema (al menos el del carbón), que no sólo viene de la mano de la despoblación del medio rural en el que casi siempre se enmarca la minería. Desde Europa han querido ir más allá, y han ligado institucionalmente el reto de la reconversión del carbón con las iniciativas de energía limpia para los 28 estados miembros. Y vaya por delante que, ante este reto mayúsculo, la Unión Europea ya ha cosechado algún que otro sonoro fracaso, como con la fallida tasa de carbono. Tampoco se puede negar que las iniciativas europeas han sido varias y variadas, con planes y acciones concretas, y han contado incluso con fondos importantes destinados a financiar la denominada transición energética y transformación del carbón

Pero nada de esto puede ser suficientemente exitoso si desde los gobiernos nacionales no ponen también de su parte. Aquí, lo realmente lamentable de este asunto es cómo muchos políticos nacionales (y también algunos del extranjero) olvidan que, tras todo este escenario, está ese sector de la extracción y generación del carbón del que viven miles de familias sin mucha alternativa posible. Efectivamente, podemos incluso llegar a conjeturar que los empleos de la generación con una fuente de energía podrían llegar a ser sustituidos por otros empleos de otra fuente alternativa, porque la demanda energética sigue estando ahí y en los mismos niveles, pero ¿Qué pasa con los mineros del carbón y las economías de las cuencas carboníferas? En realidad, allí, pasar pasa mucho, otro tema es que alguien con responsabilidad política a nivel nacional haga algo más que mirar hacia Bruselas.

Así, en muchos países europeos (y en general en los países desarrollados), parece que se está dejando al sector morir poco a poco de inanición, en un nefasto ejercicio de ingratitud por los energéticos servicios prestados hasta hace tan sólo unos años. Porque, si hay voluntad política y socioeconómica, siempre hay soluciones dignas de ser (al menos) exploradas. No está siendo así en muchos países occidentales, donde los políticos (casi) siempre optan por los réditos a corto plazo, frente a resolver problemas con beneficios a largo, que inevitablemente serán cosechados por otro dirigente y… se olvidan de que también son para beneficio del conjunto de la ciudadanía y del futuro del país (y del planeta). Este perfil de político es como si un redactor se incorporase a su nuevo puesto de trabajo y se le olvidase la “A” (que conste que en estas líneas habitualmente encuentran ustedes unas cuántas).

Pero entonces… llegó Alemania. Sí, ese país en el que muchas veces, por motivos mayormente culturales, los problemas les producen desasosiego hasta que están resueltos. No todos los alemanes son así, y obviamente esta mentalidad a veces también tiene sus desventajas, pero hay que reconocerles que, salvo excepciones y como conjunto nacional, son más mucho más ejecutivos en cuanto a resolver en los plazos más largos. Y en el caso de la reconversión del sector del carbón, no están siendo una excepción

Alemania ha decidido ponerse manos a la obra con visión de (verdadero) futuro

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Alemania es sin duda uno de los países europeos con mayor consciencia en temas ecológicos y medioambientales; de hecho, es la cuna del ecologismo político. No sólo allí “los verdes” (los famosos “Die Grünen”) son una fuerza política de primer orden, sino que también el país ha optado por una polémica desnuclearización como parte de su también polémico modelo de transición energética, y ha abrazado con inusitada fuerza las energías más renovables, llegando por ejemplo y paradójicamente a superar en 2018 en más de seis veces a la soleada España en generación solar. Y por cierto, que en términos de desnuclearización, España no le va demasiado a la zaga.

Pero las motivaciones alemanas para todo lo anterior van más allá de estrictamente producir más limpio, y entran de lleno también en la ambición de dejar de producir suciamente. Así, Alemania ha puesto en el centro de la diana a los combustibles fósiles. Obviamente, si bien la industria petrolífera en el país es un sector muy importante (como en toda economía desarrollada), lo cierto es que esa industria es allí mucho menos relevante que en los países productores, y el país germano no llega ni de lejos a ser inevitable e intrínsecamente dependiente de ella (al menos al tener fuentes de energía alternativas en los plazos más largos). Otra cosa es que no puedan sacar el petróleo totalmente de su socioeconomía, algo inviable (por el momento).

Esta no dependencia intrínseca anterior viene derivada del hecho de que Alemania es simplemente una (gran) consumidora neta del oro negro, y por lo tanto su industria petrolífera se fundamenta principalmente en las tareas de refino y distribución. Pero no es así en el caso del carbón, un sector que en Alemania (y en otros muchos países) tiene otras implicaciones distintas a nivel nacional, y especialmente a nivel local y a nivel del panorama laboral en el medio rural.

Así que Alemania finalmente ha optado por (o no ha tenido otra alternativa que) tratar de resolver el tema del carbón desde una perspectiva de futuro (del de verdad), en vez de permitir que los afectados sigan aferrándose a un pasado que el progreso y la sostenibilidad han hecho que esté dejando de existir. No obstante, hay que decir que Alemania no ha llegado a este punto de mirar de cara al frente por mera altura de miras, sino porque también ha sufrido lo suyo a nivel político tras la gestión deficiente que han venido haciendo hasta ahora de la crisis del carbón, un problema que no acababan bien de saber cómo afrontar, y en el cual los dirigentes alemanes se llevaron incluso algún que otro revés desde la propia Bruselas.

Pero lo que ha hecho Alemania de manera encomiable ahora es abordar el problema del sector del carbón más bien desde una perspectiva clásica de reconversión industrial. Es decir, fomentando la generación de nuevo tejido socioeconómico alternativo al que se pretende echar el cierre. Y es que, además, ese tejido socioeconómico alternativo que se pretende ahora generar en Alemania, no es ya ese tipo de “premio de consolación” que ha sido en España convertir algunas minas en museos, que era un tema más nostálgico que otra cosa. Porque lo que se dice generar generar empleo, poco generan este tipo de iniciativas más allá de unos guías para la visita, algún taquillero para la venta de tickets, y poco más.

Y Merkel y su gobierno no demuestran tener simplemente visión: también tienen un plan

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Alemania ha apostado con decisión por reconvertir las cuencas mineras y sus alrededores en polos de alta tecnología. Esto es sin duda una apuesta de futuro, en un mundo en el que siempre les hemos dicho que ya somos la “Sociedad tecnológica”, y que nos encaminamos hacia la “Sociedad técnica”. Esa “Sociedad técnica" viene con una profunda imbricación de la tecnología en todos los procesos productivos, y en ella los nuevos analfabetos del futuro serán los que no tengan apenas conocimientos técnicos.

Pero es que, por otro lado, no sólo estamos oyendo por boca de los dirigentes alemanes simples palabras benevolentes, como las que lamentablemente oímos muchas veces de los políticos por otros lares cuando se enfrentan a este tipo de problemas de largo plazo. Los alemanes han demostrado en esta ocasión que hay voluntad real, y un plan de los de verdad: el gobierno de Angela Merkel ha aprobado un paquete económico para ello, que asciende a nada más y nada menos que 40.000 millones de Euros.

Esto se dice que es querer hacer las cosas en serio, y no simplemente predicar para ir recogiendo votos desesperados que ven cómo su futuro se les acaba, y que tratan de buscar refugio en el primero que les prometa soluciones, por mucho que luego esas supuestas soluciones no se traduzcan en apenas nada tangible. En dos décadas Alemania habrá sacado al carbón de su socioeconomía y, si la ejecución de su plan es lo suficientemente eficaz, lo habrán hecho de manera socioeconómicamente sostenible, y esperemos que además consiguiendo situar a varias zonas de Alemania a la vanguardia tecnológica del país y del planeta.

A la vista de los titulares en cada país, algunos pensarán que es que el tema del carbón de este análisis es un tema de mera dimensión europea, y que por ello apenas se lee de planes como el alemán o los de Bruselas en otros países. La realidad es muy diferente, y una cosa es que el problema no esté en las portadas, y otra muy distinta es que no tengan también un problema de los de verdad, a cuya lata le van dando patadas calle abajo, para encontrársela de nuevo más adelante y todavía más oxidada.

De hecho, hay casos muy relevantes en los que no sólo los gobiernos pueden llegar a pecar de inacción frente a la ineludible reconversión del sector del carbón, sino que algunos han llegado a dar otra indolente vuelta de tuerca, y han optado por atacar directamente al origen mismo de las informaciones científicas que señalan su insostenibilidad, y que han venido rigurosamente avalando (y prediciendo) desde hace años el incremento sostenido de las temperaturas que estamos sufriendo ahora. Y ante esa dejación de funciones (o incluso esas disfunciones) de esos ciertos gobiernos, asistimos gratamente sorprendidos a cómo tanto las labores científicas, como del sector privado auto-organizándose para la lucha contra el cambio climático, o incluso también loables iniciativas personales están cubriendo el hueco escandalosamente dejado por el gobierno.

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Pretenden así simplemente poder disfrazar la realidad, y que parezca que el clima (y la economía de las cuencas carboníferas) van viento en popa. Pues sí, van viento en popa, pero con el timón roto y tan sólo empujados por los vientos alisios de los mares del sur, porque a este paso es el único tipo de vientos y mares cálidos que vamos a tener en el planeta. La buena noticia de verdad sería precisamente que, efectivamente, (casi) todos los países se viesen ante el mimo desafío que los europeos o los alemanes, porque significaría que están tratando de enfrentarse al gran reto carbonífero analizado hoy.

Mucho me temo que, los que no lo hacen, o bien es porque no hay carbón bajo su subsuelo, o bien es porque no les importa lo más mínimo seguir alimentando el cambio climático a espuertas. Por el bien de todo el planeta, ojalá que todos los países tuviesen este problema del carbón, y, si además tuviesen un plan de futuro como el alemán, eso ya sería para sobresaliente cum laude. Aspirar, desde estas líneas siempre aspiramos a sacar buena nota. No será por la ilusión y la voluntad que siempre le ponemos desde aquí a cualquier tipo de transformación socioeconómica viable y de futuro, pero ya veremos si a España nos cae otro ramplón cinco “raspado” (en el mejor de los casos), y mayormente auspiciado por las políticas que nos llegan de Bruselas, a las que si nos descuidamos aun culpabilizarán del potencial desastre. Lamentablemente, no sería (ni mucho menos) la primera vez.

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